El Señor, que tenía reservada a esta joven para obrar grandes cosas, hizo de suerte que llegaran a oídos del rey Asuero sus extraordinarias virtudes, la tomara por esposa y nombrara reina de todo el imperio. Entre los magnates de la corte se hallaba un ministro muy orgulloso, llamado Amán. Acostumbrado a que todos se arrodillaran delante de él cuando pasaba, para adorarle, se indignó en extremo porque Mardoqueo se negaba a prestarle este obsequio, que en verdad no se debía sino a Dios. Para vengarse de Mardoqueo, consiguió del rey un decreto, en la cual se ordenaba que todos los judíos dispersos en aquel reino, debían ser muertos en un mismo día.
Pero Dios, que cuida de la salvación de los inocentes, descubrió las tramas de este malvado.
Salvación de los hebreos
Cuando supo Mardoqueo la fatal nueva, rasgó sus vestiduras, se puso un saco de cilicio, se cubrió de ceniza y fue al palacio real y lo llenó de lamentos. La reina, aún en la encumbrada dignidad en que se hallaba, seguía siempre los consejos de su tío, por esto, al oír sus gritos preguntó la causa. Cuando supo lo que pasaba, invocó el auxilio divino, y puesta su confianza en Dios, se presentó al rey para pedirle que salvara su vida y la de su pueblo. Pero al principio sólo le pidió que se dignase asistir con Amán a un banquete que había preparado. El rey aceptó, y después que hubo comido opíparamente, dijo a la reina:
-Pídeme ahora con libertad lo que quisieres y lo conseguirás.
-Pues te pido –le dijo ella- la vida para mí y para mi pueblo. Este pérfido Amán nos ha condenado a muerte cruel y a un total exterminio.
Castigo de Amán
Al oír estas palabras, se encolerizó el rey y dio orden para que fuese muerto Amán y colgado de la misma horca que había preparado para Mardoqueo. Habiendo sabido además el rey que Maldoqueo era tío de Ester y que había prestado muy importantes servicios en la corte, quiso elevarlo a grandes honores, y revocó el decreto fatal. He aquí al humilde, ensalzado, y al soberbio, humillado.
El profeta Ezequiel
Entre los muchos e ilustres varones que trabajaron con denuedo para sostener el culto del verdadero Dios entre los hebreos, durante sesenta años de esclavitud, se distinguió el célebre profeta Ezequiel. Profetizó por espacio de veintidós años, de ellos once con Jeremías. Pertenecía a la estirpe sacerdotal y fue de los primeros llevados a Babilonia con Jeconías, rey de Judá.
En aquella tierra extranjera predicó a sus compañeros de destierro y tuvo visiones muy sublimes, que siempre han sido muy difíciles de comprender. Por esta razón estaba prohibido, entre los hebreos, leer el principio y fin de sus escritos a quien no hubiera alcanzado los treinta años de edad.
Entre sus visiones se halla la sigguiente:
El Espíritu de Dios llevó a este profeta a una vasta y extensa llanura, cubierta de huesos descarnados y secos. Después haberle hecho dar una vuelta por aquelcampo, le dijo que mandase a aquellos huesos que se juntasen y colocasen cada uno en su lugar. El profeta dio la orden, en nombre de Dios a quien están sujetas todas las cosas y cuyo poder nadie puede resistir, y se vio cumplida con espantoso ruido.
Todos aquellos huesos se juntaron y se volvieron a cubrir con los nervios y los músculos, con carne y piel. Se formaron de esta suerte cuerpos perfectos, a los cuales no les faltaba sino la vida. Entonces el profeta, por nueva orden, recibida de Dios, llamó sobre aquellos cuerpos el espíritu que una vez diera al hombre vida, cuando fue tomado de la tierra y todos se levantaron a una y q1uedaron vivos.
Con esto quiso el Señor darnos una idea de los que acontecerá en el memorable día del juicio último y universal, puesto que la fe nos asegura que al final del mundo todos los hombres resucitarán, por divina virtud, volviendo a tomar los mismos cuerpos que antes tenían.