La familia Martim de Bulhöes tenía una larga y gloriosa tradición militar; su padre destacó durante el reinado del Rey Alfonso I, que en 1147, en una gloriosa batalla, con participación del pueblo, derrotó a los musulmanes y liberó el país de su interferencia.
Era familia religiosa y el ejemplo de sus padres ayudó a Fernando a crecer en un ambiente de armonía y cariño.
Una antigua leyenda cuenta un episodio significativo de su infancia. Mientras sus padres estaban rezando, Fernando, que era un niño pequeño, se acercó a ellos y les preguntó: “¿Con quién habláis?” Ellos respondieron: “Con Dios”. El niño entonces replicó: “Yo también quiero hablar con Dios.”
Primeros años
A la edad de siete años Fernando empezó a asistir a la Escuela de la Catedral. Para él, muy joven, su mayor placer era leer y rezar. Demostraba poco interés por las actividades sociales y domésticas.
Su padre trataba de interesarle e introducirle en el ambiente militar, mostrándole las armas que tenían en casa y los honores que habían alcanzado los antepasados de la familia; no podemos olvidar que Fernando era el primogénito, al que correspondía seguir esa tradición. Para él su tío sacerdote, Don Fernando, seguía siendo su modelo ideal.
Destacó en sus estudios, estando siempre atento para ayudar y colaborar con otros niños, especialmente si eran pobres y huérfanos.
Los estudios elementales ocuparon la vida de Fernando desde 1201 hasta 1210, en que terminó su asistencia a la escuela de la Catedral.
Dios y los planes familiares
Terminados sus estudios, sus padres pensaron que el joven Fernando desearía dedicarse a una vida de diversión y placer. Se interesaría por la historia y la cultura. Encontraría una chica y se enamoraría de ella; los planes de vida normales (sic) para una persona de su edad y de su posición familiar y social.
Cuando más adelante, San Antonio recordaba esta época de su vida, escribía: “Si no destierras la maldad de la impureza, o de la exagerada riqueza, entonces estás en el riesgo de perder todos los valores.”
Las tentaciones
Como cualquier joven inmerso en un ambiente lleno de estímulos, Fernando sufrió numerosas tentaciones. Las pasiones relacionadas con el cuerpo fueron una seria amenaza. Con la ayuda de Dios él fue capaz de controlar esas pasiones con oración y penitencia. Cuidadosamente evitó las malas y negativas compañías, que él comprendió le iban a conducir por el mal camino, induciéndole a ofender a Dios.
Fueron años de importantes decisiones. Mediante la oración, el sufrimiento, penitencia y enfermedades, Fernando alcanzó la madurez y la santidad cristiana necesarias. Esta entrega a Dios marcará toda su vida y es el ejemplo que nos deja Fernando como camino para alcanzar la compenetración con los planes que Dios tiene para su vida. Así pudo Fernando, convertirse en Fray Antonio y después en San Antonio.
La simiente, que sembró en sus primeros años de vida, había caído en tierra buena, que, adecuadamente cuidada con la oración y regada con las gracias divinas, iba a dar tantos frutos, para él y para sus devotos.
Comité de Redacción
(NR: Artículo basado en: “St. Anthony. The saint of the world” de Lush Gjergji – Ediciones VELAR)