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Hermanos en la Iglesia

Escritor

Por un lado, tales errores evidenciaban la libertad y la concupiscencia del ser humano –o sea, su inclinación al pecado-. Es decir, si bien Dios tiene un plan para cada uno de nosotros y desea que lo acompañemos en el Cielo al morir, respeta nuestra libertad por encima de todo. Lo hizo cuando creó a Adán y Eva y les pidió obediencia; lo hizo cuando advirtió a Pedro y a Judas de que lo traicionarían; y lo hace día tras día cuando todo tipo de personas, sin importar su raza, su origen o su religión, le atacan, insultan o ignoran. Aunque nos cueste reconocer y entender ese grado tan alto de respeto por la libertad humana, el hecho es que Dios evita a toda costa que la perdamos.

Lo que quiero decir es que a veces nos duelen y preocupan mucho los ultrajes contra la religión o nuestra fe, pero en realidad forman parte de un plan divino que no entendemos y que es preciso aceptar.

Por otro lado, esas faltas reiteradas de distintos actores dentro de la Iglesia deberían llevarnos a más oraciones y a suplir, en la medida de nuestras posibilidades, el mal con el bien. Si cuando en una familia un hermano está más vulnerable y necesita más ayuda todos los demás miembros procuran apoyarse, en la Iglesia ocurre algo parecido. La Carta a los Hebreos escrita por San Pablo y que recoge el Nuevo Testamos da cuenta de cómo Cristo nos llama y nos trata como a hermanos, uniéndonos a Él por lazos de amor tan profundos como los propios de una familia (cf. Hb 2,9-18). No es casualidad que la biblia hable en reiteradas ocasiones de “hermano” y “hermanos” para referirse a quienes compartimos la misma fe, hemos recibido el mismo bautismo y comemos del mismo Pan de Vida.

Así, propongo darle la vuelta a la interpretación pesimista de las noticias que inundan las redes sociales y la prensa escrita: que cuando en los medios de comunicación aparezca un nuevo caso de corrupción, de maledicencia o directamente de delitos perpetrados por miembros de la Iglesia –pienso también en sacerdotes e incluso obispos–, tratemos de evitar la crítica denostada o simplemente la queja. En una palabra, que contrarrestemos el mal con el bien, el pecado con la oración, el egoísmo con la esperanza. Al hacerlo, pienso que nuestra salud mental mejorará y nuestra fe consolidará nuestra paz interior. Si somos hermanos, es que tenemos un mismo Padre. Por eso, también Jesús nos enseñó a llamarle así: "Padre nuestro". La idea ya estaba presente en el Antiguo Testamento: “¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo

Dios?” (Ml 2,10). Confiemos en que la bondad de ese Padre sabrá sacar el bien a partir del mal