El Macedonianismo
Esta herejía es del grupo de las trinitarias. En efecto, como Arrio negaba la divinidad del Hijo, Macedonio negaba la divinidad del Espíritu Santo. Después del año 50, hizo bastantes adeptos; pero ya San Atanasio se opuso a ella en un sínodo del año 362. También se le opusieron San Gregorio Nacianceno y San Gregorio Niseno. Mas como no se consiguiera el efecto deseado, fue condenado en el Concilio I de Constantinopla, segundo ecuménico, del año 381, convocado por Teodosio I, en unión con el Papa San Dámaso. En este Concilio se publicó el símbolo llamado de San Epifanio, que es el Credo de la Misa.
Herejías cristológicas
Apolinarismo Esta herejía es la primera de las cristológicas; es decir, que se refieren a la manera de unión entre la divinidad y humanidad de Cristo. Apolinar de Laodicea (el Joven), reaccionando contra el arrianismo, insistió en la divinidad del Verbo, pero afirmaba que la naturaleza humana que tomó era incompleta.
Para explicarlo, tomaba como base el principio tricotómico de Platón, que distingue en el hombre el cuerpo, el alma sensible y el alma espiritual. Pues bien: en la humanidad de Cristo falta, según Apolinar, el tercer elemento, el pneuma. Esto lo juzgaba necesario, pues, según él decía, dos naturalezas completas no podían formar un supósito, y, por otra parte, si no se le quita el pneuma humano, Cristo no podía ser impecable.
A esta doctrina se opusieron San Atanasio y San Basilio, y el Papa San Dámaso la anatematizó. Finalmente, el mismo Concilio I de Constantinopla de 381, segundo ecuménico, la condenó, juntamente con el macedonianismo.
El Nestorianismo es, como el apolinarismo, una reacción contra los arrianos, y tuvo sus defensores principalmente en Antioquía. La base la forma el principio de que dos naturalezas completas no pueden formar una persona. Estas ideas fueron defendidas por Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia; pero quien lo desarrolló más ampliamente fue Nestório, patriarca de Constantinopla. Según ellos, las dos naturalezas eran tan completas, que formaban dos personas, la divina y la humana, unidas de una manera accidental. A esta unión la llamaron inhabitación, o conjunción, y era meramente extrínseca. Una de las consecuencias de esta concepción era que la Santísima Virgen no es Madre de Dios. Además, destruye el valor infinito de la redención, pues, según esta ideología, fue simplemente una persona humana la que sufrió.
A esta doctrina tan peligrosa se opuso de un modo particular San Cirilo de Alejandría. Habiendo descubierto a la herejía y a su autor, envió a Roma abundante información. Al mismo tiempo escribía Nestóreo al Papa Celestino, enviándole sus homilías y otros escritos.
Anatematismos de San Cirilo Bien informado el Papa por ambas partes, reunió un sínodo en Roma, el año 430, y proclamó en él la doctrina católica de una persona en Cristo, y para intimar esta solución a Nestório, encargó a San Cirilo de Alejandría. En efecto, San Cirilo compuso entonces los doce anatematismos en que condensaba la doctrina ortodoxa frente a la nestoriana; pero Nestorio, en vez de aceptarlos, respondió con otros doce antianatematismos.
Concilio III ecuménico (Éfeso, 431)
En estas circunstancias, a propuesta del emperador, se convocó el Concilio de Éfeso el año 431, que resultó el tercero ecuménico. San Cirilo dio comienzo al Concilio antes de llegar los legados y otros obispos, y, en su primera sesión, condenó a Nestorio. Ahora bien: ¿fue válida esta decisión? ¿Podía San Cirilo dar comienzo al Concilio? Según parece, San Cirilo podía comenzar, y, por consiguiente, fueron válidas aquellas decisiones; y la razón es porque él poseía la delegación auténtica del Papa en aquellas materias. Pero, en todo caso, los legados llegaron poco después y aprobaron plenamente todo lo realizado. El pueblo, al tener noticia de la declaración del Concilio, prorrumpió en grandes vítores a la Madre de Dios. En cambio, Juan de Antioquía, con sus cuarenta y ocho obispos, apoyados por los representantes del emperador, celebró por su parte otro sínodo, en el que depuso a San Cirilo. Pero Cirilo no se descuidó. En ulteriores sesiones juzgó la conducta de Juan de Antioquía y otros disidentes, los cuales fueron condenados.
Compendio de Historia de la Iglesia Católica
Bernardino Llorca, S.J