Concilios generales, nacionales y otros
Un valor semejante poseían algunos otros Concilios de carácter casi universal, como fueron el de Sárdica de 343 y algunos otros.
A éstos deben añadirse los nacionales, cuyas decisiones el Papa aprobaba y hacía suyas. Tales fueron, por ejemplo, el de Elvira (después del año 300), el de Arlés, de 314; de Cartago, de 418; Arausicano II, de 529, y otros. Fueron muy célebres también los sínodos nacionales. A este tipo pertenecen los celebrados en Cartago en tiempo de San Agustín, la serie de los Concilios de Toledo, a partir del siglo III, de 589, y los de la Iglesia merovingia. Estos tenían ordinariamente un carácter de asambleas mixtas y eran oficialmente admitidos por el Estado.
A los dichos deben añadirse los provinciales y diocesanos, cuyo objetivo era deliberar sobre los problemas particulares de las provincias eclesiásticas o diócesis. Todos ellos tuvieron gran importancia para el desarrollo de la vida eclesiástica.
Patriarcados, metropolitanos y obispos
En este periodo tomaron una forma definitiva los patriarcados, y así, finalmente, aparecen reconocidos en Calcedonia (451) los cuatro de Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla, para Oriente, y el de Roma para el Occidente. El sistema de provincias eclesiásticas y de los metropolitanos siguió el desarrollo iniciado. Asimismo las diócesis, con sus obispos, que se multiplicaron extraordinariamente.
Lo más nuevo de este periodo es el sistema de parroquias, que se inició unas veces sustituyendo a los antiguos obispos de campaña; otras, estableciendo simples sacerdotes
con cura de almas, junto a un núcleo de población mayor, que tenía un obispo. Ya en el siglo V estaban completamente afianzadas en Oriente. Lo mismo sucedió poco después en Occidente. Asimismo, se desarrolló el sistema de iglesias propias, que existían al lado
de las parroquias, y eran iglesias de carácter particular con derechos especiales de parte de sus patronos o fundadores.
Cargos eclesiásticos
Con el crecimiento del cristianismo se hicieron necesarios nuevos cargos para la administración de la Iglesia. Así, aparecen: el arcipreste, que ocupaba el primer puesto después del obispo; el archidiácono, que dirigía la administración y fue adquiriendo gran
autoridad. Además, podemos notar: los cincellos, o consejeros del prelado; defensores, que dirigían los procesos; archiveros, mansionarios y los de Órdenes menores.
El celibato se fue introduciendo en la Iglesia occidental. En Oriente no se permitía a los sacerdotes casarse de nuevo, pero sí usar del matrimonio ya contraído.
En esta forma se ha seguido en Oriente hasta nuestros días. En Occidente, ya San León Magno lo impuso a todo el clero, incluso a los subdiáconos.
Compendio de Historia de la Iglesia Católica
Bernardino Llorca, S.J.