Ella, sin embargo, se dejó alucinar por el mundo y se hizo una pública pecadora. Movida de la gracia divina, fue a pedir perdón de sus culpas al salvador. Hallóle que en la ciudad de Naim en casa de un fariseo, llamado Simón, que le había convidado a comer. Apenas vio a Jesús, se arrojó María a sus pies, y comenzó a lavárselos con sus lágrimas, a enjuagarlos con sus cabellos y a perfumarlos con bálsamo. Al ver esto Simón, dijo para sí: - Si éste fuese profeta, sabría quién es esa mujer.
Jesús que, como Dios, conoció sus pensamientos, vuelto a él, le dijo: ‒Simón, tengo que decirte una cosa. ‒Hablad, Maestro‒ contestó.
Jesús prosiguió: ‒“Dos deudores debían a un acreedor, el uno quinientos denarios y el otro cincuenta; el acreedor perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de los dos debe quedarle más agradecido? Simón respondió: ‒Aquél a quien perdonó más. ‒Has hablado bien ‒replicó Jesús‒; pues a está le son perdonados muchos pecados, porque ha amado mucho. Y, volviéndose hacia ella, le dijo: ‒Tus pecados te son perdonados; tu fe te ha salvado, vete en paz.
Este hecho nos enseña que por más numerosos que sean nuestros pecados, ni nos presentamos arrepentidos a los pies de Jesús, y nos confesamos con firme voluntad de enmendarnos, alcanzaremos misericordia.
Jesús es el verdadero amigo de los niños
Aunque el Hijo de Dios se hizo hombre para salvar a todos los hombres, dio sin embargo, a los niños muestras de especial benevolencia. Una tumba de jovencitos levantaba cierto día tanto ruido a su alrededor, que, fastidiados los Apóstoles, quisiéronla dispersar. Jesús les dijo: ‒No, no los alejéis, dejad que los niños de acerquen a mí, porque de ellos es el reino de los Cielos. Los llamaba, les hacía caricias y les daba su bendición. Aconteció también que los Apóstoles andaban a porfía por saber quién de ellos sería el mayor en el reino de los Cielos. Jesús llamó a un niño, púsole en medio de ellos y dijo: ‒En verdad os digo que si no os hiciéreis humildes y sencillos como niños, no entraréis en el reino de los Cielos. El que se hiciere pequeño como uno de estos niños, será el mayor en el reino de los Cielos. Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe; y el que a mí me recibe, recibe a Aquél que me envió, esto es, a mi Padre Celestial.
Y continuó: Al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que, atándole al cuello una piedra de molino, le arrojaran a las profundidades del mar. ¡Ay del que da lugar a esos escándalos!
Desgraciadamente hay escándalos en el mundo: ¡más ay del que los produce! Guardaos mucho, pues, de despreciar a uno de estos pequeñuelos, porque os digo que sus ángeles custodios siempre ven en el Cielo la faz de mi Padre Celestial. También obró muchos milagros en beneficio de los niños.
Historia Sagrada. San Juan Bosco