enemigos jurados del Salvador. Hallándose Jesús en Galilea, fueron allá algunos fariseos de Jerusalén para censurar sus acciones. Habiendo observado que sus discípulos se ponían a comer sin lavarse las manos, le dijeron: ¿Por qué quebrantan tus discípulos la tradición de nuestros antepasados, comiendo sin lavarse las manos? Jesús, conociendo la maldad de su corazón, les contestó: ¡Hipócritas!, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.” Observáis las tradiciones de los hombres lavándoos las manos y los vasos, y no observáis los Mandamientos divinos. Dijo Dios por Moisés: “Honra a tus padres”; el que maldijiere a su padre o a su madre, será castigado de muerte. Pero vosotros enseñáis que quien ofrece al Templo lo necesario para el sustento de sus padres, cumple este mandamiento. De esta suerte, por vuestra avaricia, violáis los preceptos de Dios.
Y vuelto a la muchedumbre, dijo: Escuchad y comprended: No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que de ella sale; porque del corazón y de la oca proceden los malos pensamientos, los homicidios, los hurtos, la avaricia, las maldades, los fraudes, los falsos testimonios, las impurezas, la soberbia y las blasfemias; cosas todas que hacen inmundo al hombre y dan muerte al alma, y no el comer sin haberse lavado antes las manos.
En otra ocasión preguntaron le los fariseos: Maestro, ¿es lícito o no, pagar el tributo al César? Creían que diría que no, y por esto pensaban acusarle como enemigo del César, esto es, del emperador romano.
Conociendo Jesús su malicia contestó: Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Mostradme la moneda con que pagáis el tributo. Se la presentaron. Y Jesús dijo: ¡Qué imagen se representa en esa moneda? El César -le contestaron-. Pues si es así -concluyó Jesús-, dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Los fariseos se callaron.
Otras muchas veces intentaron sorprenderle en sus palabras, pero quedaron siempre vergonzosamente confundidos.
[1] En los tiempos del salvador cuatro sectas dominaban entre los Judíos la de los Saduceos, llamados así de Sadoc, del cual se consideraban discípulos. Negaban la inmortalidad del alma, la resurrección de los muertos, la existencia de los espíritus y otras muchas verdades.
La de los Fariseos, que hacían consistir toda su piedad en el porte exterior, creyendo licita toda maldad con tal se hiciese en secreto. Una parte de los Judíos de nuestros días sigue aún la doctrina de los Fariseos. A los Escribas estaba encomendado escribir la ley, interpretarla y explicársela al pueblo. La mayor parte en Fariseos.
La de los Herodianos, los cuales creían que era necesario someterse al dominio de los Romanos, y se podían seguir las prácticas pagamos.
Y por último, la de los Esenios, que practicaban algunas virtudes, pero negaban la resurrección de los cuerpos.
Historia Sagrada. San Juan Bosco