Para apoderarse de la ciudad de Betulia, éste la había asediado de tal suerte que, cerrados los acueductos que llevaban el agua a la ciudad, todos los ciudadanos estaban dispuestos a rendirse para no morir de sed. Habiendo oído Judit, mujer de singular virtud, la resolución que la miseria inspirara a sus conciudadanos, se vistió de cilicio y, cubierta de ceniza la cabeza, se postró delante del Señor y le rogó que le sugiriese lo que debía hacer para librar a su pueblo. El Señor le inspiró una magnánima empresa. Acompañada de su criada, se dirigió al campamento de Holofernes. A la vista de su belleza y valor quedó prendado el guerrero y le preguntó qué le había guiado hasta él, y la trató con mucha bondad. Además, para complacerla, dio orden a sus soldados de que le dejaran el paso libre, aún de noche para que fuera a hacer oración a Dios. El Señor Guiaba sus pasos.
La noche del cuarto día, queriendo Holofernes dar una opípara cena, invitó también a su mesa a Judit; y, después de haber bebido sin medida, se echó en la cama y pronto se quedó profundamente dormido. Entonces Judit apostó a su criada a la entrada de la tienda, y levantando las manos al cielo oró así: Tú, oh gran Dios de Israel, da fuerza a mi brazo y haz que dé cumplimiento a lo que me atreví a hacer confiada en tu socorro.
Dicho esto, se acercó a una de las columnas de la cama donde estaba colgado el alfanje de Holofernes, lo desenvainó, y asiendo de los cabellos a aquel, con la mano izquierda, le cortó con la otra mano la cabeza. La envolvió en una de las cortinas del lecho, se la entregó a la criada para que la escondiera en su saco y se marchó precipitadamente, en dirección a Betulia, pasando por entre las guardias enemigas.
Admirados de tanto valor los de Betulia, invocaron con fe el divino socorro y salieron al amanecer a presentar batalla a los enemigos. Estos corrieron a avisar a su general y le hallaron decapitado y bañado en su sangre. Ante tal escena quedaron consternados y, llenos de confusión, sólo pensaron en ponerse a salvo con la fuga.
Los que no pudieron huir fueron pasados a cuchillo. De esa suerte, valiéndose el Señor de una débil mujer, concluyó con el poder del guerrero más poderoso y soberbio de aquellos tiempos.
Los poderes de la tierra nada valen sin el socorro del Cielo.
El impío Amón y el piadoso Josías
Amón heredó el trono de su padre Manasés y le siguió en su perversidad, mas no en su conversión.
Así es que fue asesinado por sus criados, después de dos años de reinado, y se proclamó en su lugar al piadoso rey Josías. Después de subir al trono, se empeñó en destruir los ídolos y borrar todo recuerdo de culto profano.
Restauró el templo de Dios y le devolvió su antiguo esplendor. Mandó que se leyera al pueblo la ley de Moisés y quiso que todos prometiesen observarla fielmente. De esta manera, después de corto tiempo, tuvo el consuelo de ver a sus súbditos profesar nuevamente la religión de sus padres. A pesar de tan buenas cualidades, cometió una imprudencia que le costó la vida. Sin causa justa, a pesar de los avisos del Señor, presentó batalla al rey de Egipto y quedó gravemente herido; fue llevado a toda prisa a Jerusalén, donde murió.
Todo pueblo de Judá lloró su muerte. (Año del mundo 3394)
Historia Sagrada. San Juan Bosco