San Antonio de Padua, para que de los mismo, cada uno, según sus circunstancia y el plan que Dios tenga trazado para su vida, pueda ser lo más fiel posible al mismo, lo que redundará, en primer término, en beneficio suyo y, en segundo lugar en beneficio de su familia y del entorno social en el que vive.
El nacimiento de Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, este era el nombre de nuestro santo, en el seno de una familia católica va a marcar su vida, más, que también, el hecho de que la misma tuviera un nivel aristocrático y social de relevancia.
Se educó en la escuela de la Catedral, cercana a la residencia donde nació, lo que hizo que frecuentara la misma con asiduidad, bien sea para rezar o para distraer el tiempo; en sus aledaños jugaba con sus hermanos y amigos. Cuentan sus biógrafos que, también, solía bajar con sus amigos de juegos al puerto de Lisboa, que quedaba al pie de la colina en la que estaban su casa natal y la Catedral. Creció en ese ambiente religioso y social y en el mismo se fue forjando su carácter.
En un momento dado, Fernando comprendió los peligros y tentaciones que podía acarrearle el ambiente, que se respiraba en el barrio del puerto, por lo que decidió no bajar más, para evitarlos.
Para hacernos cargo del ambiente que se podía vivir en el seno familiar y en su entorno social, no debemos olvidar que, por aquellos años en España y Portugal se vivían tiempos de cruzadas contra los moros, como en futuros episodios veremos.
Superación de una tentación
Hay un hecho milagroso, que sucedió en los primeros años de la vida de Fernando. Estaba un día en la Catedral, subía al coro por la escalera que se encuentra entrando en la misma a la derecha, cuando fue tentado por el demonio, contra la pureza.
Como era su costumbre, en estas situaciones, Fernando se encomendó a la Santísima Virgen María y espontáneamente, con sus dedos, trazó una cruz en la pared de la escalera y la tentación desapareció.
En nuestros días, todavía podemos contemplar en la pared de esta escalera, protegida por una pequeña verja de hierro, la cruz, que hace casi 800 años gravó el joven San Antonio de Padua, en su afán por no sucumbir a la tentación del demonio y mantenerse fiel a Dios, con la ayuda de la Virgen.
Afán de servir a Dios
Si nos adentramos en los textos de los innumerables libros dedicados a glosar la vida de San Antonio de Padua, veremos que, desde su niñez, fue buscando el camino para mejor servir a Dios. Este camino no estuvo exento de dificultades, como pasa a todas las personas – jóvenes y mayores – pero las mismas pueden superarse si tenemos claro el fin para el que hemos sido creados: dar gloria a Dios y servirle con todas nuestras fuerzas.
Comité de Redacción