Como la eucaristía es la renovación incruenta del Sacrificio Pascual, la Virgen María que estuvo de pie al lado de su hijo está totalmente presente en cada misa a través de los tiempos y del mundo. Es una realidad extraordinaria, íntima, cada eucaristía es una prolongación de la maternidad de María, la carne y la sangre de Cristo son carne y sangre de su madre y “el vientre generoso” de María ha sido el primer Sagrario de su Hijo. (Juan Pablo II)
Luego, el evangelio de San Juan nos revela una realidad muy importante: Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y el discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: “mujer, he ahí a tu hijo”. Después dice al discípulo: “he ahí a tu madre”. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa. Nos damos cuenta ahora que se unió completamente al sacrificio de su hijo colgado del madero. Ella que había tenido un parto sin dolor, uniendo sus dolores a los de Jesús se puede decir que nos ha alumbrado a la vida de la gracia con unos dolores mucho más fuertes que los de un parto cualquiera. Y aquí, estamos todos los hombres metidos en su corazón de madre, porque si Jesús la presenta como madre a Juan significa que nos la da a todos los demás. La eucaristía se celebra en el mundo entero y nos une a todos los católicos en una inmensa fraternidad. Y la virgen María se encuentra en medio de todos nosotros.
Nos podemos preguntar cómo permitió Dios que la virgen María pudiera padecer tanto, como se lo profetizó Simeón en el templo: “Mira, este ha sido puesto para la ruina y resurrección de muchos en Israel y para signo de contradicción y a tu misma alma la traspasará una espada, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones”. Por eso se representa a la Virgen Dolorosa con un puñal clavado en el pecho y en otras ocasiones con siete puñales para representar los siete momentos de su vida en los que la tradición considera que sintió más fuerte el zarpazo del dolor. (Rafael Mora)
Para comprender el dolor que es un misterio, hay que buscarle un sentido y lo tiene muy fuerte y valioso: escogió Dios este camino para salvación del mundo. Entonces nosotros ahora, en la santa misa, podemos meter en la patena y en el cáliz nuestras penas, ofrecer nuestros problemas y nuestras enfermedades, Jesús y la Virgen María los ven y nos ayudan.
Pero no olvidemos que la cruz no es el final, llega la resurrección. Entonces María experimenta la inmensa alegría de encontrarse con su hijo resucitado. Se dice que ella fue la primera persona a quien se apareció Jesús resucitado. Por supuesto como cada eucaristía es una acción de gracias, (eucaristía significa acción de gracias en griego) nos podemos unir a la alegría de la Virgen María que vio un día el fruto de sus dolores y que se extiende a toda la humanidad que somos sus hijos.
Un detalle muy curioso que a veces podemos no percatarnos: la Santa Virgen en Lourdes y en Fátima aparece sola, sin el niño Jesús en brazos. Aparece muy bella, inmaculada, llena de luz, con el rosario en las manos. Su mensaje es el mismo en otras partes del mundo donde se puede manifestar: hacer penitencia, rezar por los pecadores, rezar el Rosario, acudir al sacramento de la Confesión. Se aparece a niños, a gente humilde, dándonos a entender que es madre de todos, madre nuestra. Todo esto nos da confianza para vivir bien nuestras misas, sobre todo las de los domingos, día del señor. Entonces, en cada comunión, será una riqueza espiritual muy grande pensar también en la virgen María, tan unida a Jesús su hijo y pedirle ayuda, como gran intercesora y corredentora nuestra.