El P. Cándido Pozo, S. J., incide en que “toda la doctrina de la Inmaculada Concepción se refiere a la concepción pasiva y, por supuesto, a la concepción pasiva perfecta, al primer momento de la existencia de María como persona, lo cual será, sin duda, el momento en que se unen el cuerpo y el alma. En todo caso, se excluye que la persona de
María en algún momento de su existencia no haya estado justificada, es decir, haya estado en el estado de pecado original” (María, Nueva Eva, Madrid, 2005). También insisten en ello, por ejemplo, los mariólogos españoles Javier Ibáñez y Fernando Mendoza en La Madre del Redentor (Madrid, 1988). Como apunta el P. Pozo, el documento de Pío IX, con la afirmación “en el primer instante de su concepción”, se refiere al primer instante de su existencia personal, sin determinar en qué momento tiene lugar la “animación” y, consiguientemente, en qué momento empieza a ser persona.
Pero, en este punto, queremos insistir en la luz que la Biología puede aportar a la Filosofía y a la Teología, a la vez que éstas pueden ayudar a iluminar aquélla, entendiendo una correcta complementariedad de saberes. Hoy –y a ello quedaba abierta la definición del Beato Pío IX, como vemos– podemos afirmar aún con mayor certeza que la infusión del alma por Dios se produce instantáneamente junto con la concepción física por los padres,
puesto que desde ese mismo momento se constata un desarrollo vital e individual propio que requiere y exige la presencia ya de un principio que lo anime, el cual no es otro que el alma.
A este respecto, nos parece muy oportuno traer a colación una reflexión ofrecida por Dom Anselmo Álvarez Navarrete, O.S.B., sobre el origen de la vida, porque puede contribuir a dilucidar el status del embrión y el mismo para el caso de María Santísima y de su Inmaculada Concepción: “¿Qué es lo primero que hace acto de presencia: la vida o el alma? ¿La vida se abre paso por sí misma, o de la mano del alma? En la Resurrección,
de Jesús: el alma o la vida? La recuperación de la vida por Él, ¿fue resultado de la vida misma o del alma? ¿La vida se incorporó por sí misma o bajo la acción de otro agente? ¿Cómo se produce el comienzo de la vida transmitida por los padres? Si fuera por transmisión no habría comienzo, sino continuidad. Pero si hay comienzo, hay creación. ¿Qué factor interviene para que lo transmitido se convierta en algo nuevo, semejante pero a la vez diferente, completamente propio, inconfundible con la vida originante? Para que la vida originada sea distinta desde el primer momento, debe ser completamente personalizada desde el origen, pero esta propiedad no acompaña a la donación de la vida. Luego para que la nueva vida sea propia del receptor desde el primer momento, se requiere un factor determinante, ajeno a los transmisores y al receptor, que en ese momento es un sujeto pasivo”.
Por lo tanto, como conclusión a esta reflexión, cabe reafirmar algunos puntos fundamentales: el alma es principio de vida; el alma no puede ser transmitida por los padres (tal era la opinión del “traducianismo” antiguo, que fue una doctrina heterodoxa combatida por San Agustín), quienes sólo pueden engendrar la materia que será informada por el alma; el alma racional proviene directamente de Dios por creación expresa; la unión substancial del alma racional y del cuerpo constituye el ser personal.