Y llenos de espanto, cerradas las puertas, estaban en el Cenáculo hablando de Él cuando de repente se apareció en medio de ellos y les dijo: -La paz sea con vosotros. Soy yo, no temaís. A esta aparición inesperada, los apóstoles quedaron sobrecogidos de espanto, pues les parecía ver un fantasma. Para apaciguarlos, Jesús añadió: -¿Por qué os turbáis y todavía teméis? Mirad, observad mis manos y pies; tocad y ved que tengo carne y huesos, y que no soy un fantasma, que no los tiene. ¿Tenéis algo de comer?
Le presentaron un poco de pescado y un panal de miel.
La confesión de los pecados
Después que Jesús hubo comido en su presencia, para confirmarlos en la fe de su resurrección, tomó lo que había sobrado, lo repartió entre ellos y les dijo: -Me ha sido dado todo poder en el Cielo y en la Tierra; así como mi Padre celestial me envió a Mí, yo os envió a vosotros. Recibid el Espíritu Santo. A aquellos a quienes perdonareis los pecados, perdonados les serán, y aquellos a quienes se los retuviereis, les serán retenidos.
Con estas palabras confirmaba la institución del Sacramento de la Penitencia, del cual ya había hablado otras veces. Porque las palabras perdonar y retener equivalen a dar o no dar la absolución, según las disposiciones de los penitentes. El sacerdote, como juez espiritual, no puede cumplir este encargo sin que se le declaren, esto es, sin que se le confiesen las culpas internas y externas. Además, el confesor, como médico de las almas, debe con frecuencia, dar consejos, imponer obligaciones y desligar a los penitentes de las que no estuvieren en estado de cumplir. Esto no puede hacerlo sin que se le manigiesten los secretos.
Duda de Santo Tomás
No habiendo estado presente el apóstol Tomas en esta aparición, afirmaba no creer lo que le decian hasta que él mismo pudiera con sus manos tocar las llagas del Salvador. Ocho días después, hallándose reunidos los discípulos en el mismo lugar, y Tomás con ellos, apareció de nuevo Jesús y se puso en medio de ellos, y volviéndose hacia Tomás le dijo: -Mete tu dedo en las llagas de mis manos y pon tu mano en mi costado, y no seas incrédulo. Penetrado de fe sincera, se arrojó Tomás a sus pies y dijo: -Señor mío y Dios mío, Jesús añadió: -Tú has creído, Tomás porque has visto; bienaventurados los que creen sin ver.
Pesca milagrosa
Después de su resurrección Jesús se apareció muchas veces a sus discípulos. Un día Pedro, Tomás, Bartolomé y Juan, con otros discípulos, fueron a pescar a las orillas del mar de Tiberíades. Entraron en la nave y trabajaron toda la noche sin coger un solo pescador. Al amanecer se apareció Jesús en la orilla y les pregúnto si tenían pescado para comer; como le contestaron que no Él les dijo: -echad las redes a la derecha y hallareís. Así lo hicieron; fue tan abundante la pesca, que sus redes amenazaban romperse, y se hallaron ciento cincuenta y tres pescados de los más grandes. Juan dijo a Pedro entonces: -Es el Señor. Al oír estas palabras, Pedro se echó al mar para llegar más pronto a nado adonde estaba Jesús. Cuando llegaron todos a tierra, vieron un pescado sobre las brasas y pan que el Señor había preparado para que comieran. uertes, y la suerte cayó sobre Matías, por cuya razón fue contado con los otros once Apóstoles.