En el texto que venimos comentando de San Agustín (del tratado De vera religione, 18), el Doctor africano hace una clara afirmación de la Providencia divina. Dice que Dios creó las cosas “con infinita sabiduría” y “con suma benignidad las conserva”: no es, por tanto, un Dios que haya hecho el mundo y luego se haya desentendido de él, sino un Dios consecuente con su obra creadora. Un Dios que, como afirma San Juan, “es Amor” (1Jn 4,8.16); y por eso, amorosamente cuida de sus criaturas para conducirlas al fin para el que han sido creadas, que en el caso de la criatura racional es la felicidad eterna junto a Él.
Esto es todo lo más opuesto al deísmo difundido en el siglo XVIII entre algunos autores
ilustrados y sostenido por la francmasonería desde entonces, con la idea del Gran Arquitecto del Universo. El deísmo cree en la existencia de una divinidad hacedora de las cosas, pero que luego se desentiende de ellas. En cambio, la noción cristiana de la Providencia nos habla de un Dios personal que es todo Amor, porque el mismo Amor es su esencia. Y este Dios bueno y providente, el Dios-Amor, ha hecho todas las cosas buenas en su origen.
Doctrina agustiniana del ser y la creación
En el extenso tratado De civitate Dei (La ciudad de Dios), San Agustín ofrece un texto en que expone de manera magnífica su doctrina del ser, de Dios y de la creación. Conforme a la presentación que de Sí mismo hace Dios en la teofanía de la zarza ardiendo, el santo de Tagaste explica: “Dios es la esencia suprema, es decir, el que existe en grado sumo, y, por tanto, es inmutable; ahora bien, al crear las cosas de la nada, les dio el ser; pero no un ser en sumo grado, como es Él, sino a unas les dio más ser y a otras menos, creando así un orden de naturaleza basado en los grados de las esencias. Así como de la palabra sapere (saber) se ha derivado sapientia (sabiduría), así del verboesse (ser) se ha derivado essentia (esencia), término nuevo, por cierto, no usado por los antiguos autores latinos, pero ya empleado en nuestros días: no iba a carecer nuestro idioma del término griego ουσί_. Este término se traduce literalmente por essentia. Concluyendo, pues: la naturaleza que existe en sumo grado, por quien existe todo lo que existe, no tiene otra contraria más que la que no existe. Al ser se opone el no-ser. Por eso a Dios, esencia suprema y autor de todas las esencias, cualesquiera sean ellas, no se opone ninguna esencia”(De civ. Dei, XII, 2). El “más o menos ser” que Dios dio a las criaturas debe entenderse como un mayor o menor grado de participación con respecto al Ser supremo: esto es, el ser vivo participa en un mayor grado que el inanimado; y, dentro de los seres vivos, los racionales gozan a su vez de un grado más elevado de perfección en la posesión del ser.
En fin, el primado que San Agustín concede al ser y su identificación con el bien, y la afirmación de que Dios es el Ser supremo y el Bien sumo y la criatura participa de ese ser y ese bien precisamente por haber sido creada por Dios, es un punto de partida completamente distinto de aquel del maniqueísmo combatido por él, y también del todo distinto a la reelaboración del dualismo maniqueo por los cátaros, a la que se opondría en su día Santo Tomás de Aquino. Mientras que en la línea del maniqueísmo y del catarismo se sostendrá la existencia de un mal sustancial, el Doctor de la Gracia y el Doctor Angélico defenderán la bondad de toda sustancia y que el mal no es sino una privación del bien, retomando y cristianizando así una enseñanza del neoplatonismo. En De vera religione, San Agustín lo defiende con claridad también en otro lugar: “ninguna naturaleza, o mejor dicho, ninguna substancia o esencia es mal” (n. 23). Por la tanto, lacreación es buena y no se puede buscar el origen del mal moral en Dios Creador, que la ha creado buena, sino en el uso indebido del libre albedrío de la criatura racional. “Dios es el principio de todo bien” (De vera religione, 18).