Esta devoción, aunque a veces se resalta de una manera especial en la vida de algunos santos, les ha caracterizado a todos ellos, pero es cierto que en el caso de San Antonio de Padua marca una impronta en su vida, desde muy joven, como así lo reflejan sus biógrafos.
Su devoción y admiración por la Santísima Virgen María, se puede decir, que la resumió y concentró en sus Sermones Marianos, preparados para las festividades más relevantes de Ella: Natividad, Anunciación, Purificación y Asunción.
Sermones
En el inicio del primer Sermón de la Natividad, se “apoya” San Antonio en las palabras del Eclesiástico: “Hermosura del cielo es el resplandor de las estrellas, brillante adorno de las alturas del Señor.”[1] Dice el santo, que “una estrella difiere de otra en claridad; así la Natividad de la Virgen María difiere de la natividad de todos los santos.” “La Natividad de la Virgen gloriosa iluminó el mundo, cubierto de tinieblas y sombra de muerte.”
Que esperanzador es, en tiempos de dificultad (como los que atraviesa la Iglesia y la humanidad en estos comienzos del siglo XXI) saber, con certeza, que la Virgen María sigue iluminando al mundo.
Prerrogativas del corazón
En el sermón de la Anunciación, nos dice San Antonio que “las prerrogativas del corazón de la Virgen María eran cuatro: culto de la humildad, delicadeza en el pudor, magnanimidad de la fe, martirio del corazón con que la espada le atravesó su alma.” ¡Qué interesantes prerrogativas!, que nos pueden animar, cuando hagamos examen de conciencia de nuestras vidas, para eligiendo aquella prerrogativa que más nos cuesta poner en práctica, conseguir que, con la intercesión de la Virgen María y de San Antonio, vayamos mejorando su aplicación en nuestra vida.
Más adelante, en el mismo sermón, el santo nos dice: “La raíz de la Virgen fue la humildad, que reprimía la hinchazón de la soberbia, su tallo fue firme por la renuncia a los bienes temporales; derecho por la contemplación de bienes superiores; flor cándida, por la blancura de la virginidad. Fue azucena abierta, que miraba para la raíz, cuando dijo: He aquí la esclava del Señor, etc. Esta azucena germinó, cuando conservando ilesa la flor de la virginidad, dio a luz al Hijo de Dios Padre. Como la azucena no pierde la flor al difundir su perfume, así la Virgen Santísima no perdió la flor de la virginidad por haber dado a luz al Salvador.”
La Purificación
En este sermón leemos: “Jesucristo brilló como el fuego para los pastores en el Nacimiento, para los tres magos en la Epifanía o Manifestación, para los profetas Simeón y Ana en la Purificación de su Madre. Pero en su Pasión ardió como incienso en el pebetero, cuyo perfume llenó los cielos, la tierra y el infierno, en la tierra resucitan los muertos, los cautivos en el infierno son liberados.”
“Te rogamos, por tanto, Señora nuestra, Madre de Dios elegida, que nos purifiques en la cera de la confesión y en la estopa de la satisfacción, a fin de que merezcamos llegar a la luz y a la gloria de la Jerusalén celestial. Ayúdenos el mismo que hoy ofreciste en el templo, a quien es debida honra y gloria por los siglos de los siglos. Amén.”[2]
Comité de Redacción
[1] Eclo 43, 10
[2] Textos de los sermones tomados del Tomo I “Sermones dominicales y festivos”(Instituto Teológico Franciscano) – Murcia 1995