Como seres espirituales que son, los ángeles tienen entendimiento (según hemos venido viendo en artículos anteriores) y voluntad: disponen ciertamente de la facultad apetitiva intelectual.
Contemplando al Verbo, conocen por su inteligencia la razón universal del bien en el mismo Dios, que es el Bien supremo, y en consecuencia apetecen y desean el bien.
Como enseña Santo Tomás de Aquino, hay tres modos de tender al bien por parte de las criaturas. En primer lugar, está el apetito natural, característico de las plantas y de los cuerpos inanimados: están inclinados al bien por su propia manera de ser natural, sin conocimiento. En segundo lugar, están los seres que se sienten inclinados al bien por el apetito sensitivo, con un cierto grado de conocimiento procedente de los sentidos que les permiten conocer algún bien particular. Y por último, en los ángeles se da por la voluntad: se inclinan al bien con un conocimiento por el que conocen la misma razón del bien, que se halla en Dios mismo (Suma Teológica I, q. 59, a. 1 in c).
La voluntad angélica está dotada de libre albedrío, como es lógico en una naturaleza espiritual. Pero en los ángeles, este libre albedrío es más excelente que en los hombres, porque también lo es su entendimiento.
El libre albedrío en los ángeles
El libre albedrío fue un tema muy tratado desde la Antigüedad cristiana y lo abordaron muchos Padres de la Iglesia frente a algunas herejías. San Agustín lo defendió contra el fatalismo pagano y el maniqueísmo y a la vez le supo dar el justo valor frente al pelagianismo. Más tarde, en el siglo XIII, Santo Tomás hubo de exponer de nuevo la doctrina al respecto ante la acometida de herejías que retomaban viejos argumentos, como los cátaros.
Precisamente, el “Doctor Angélico” advierte que el ángel goza de voluntad y de amor electivo. Dice que el libre albedrío se posee para elegir el fin y afirma ser mayor en el ángel que en el hombre, dado que aquél no puede pecar ya (después de la caída de los demonios), mientras que éste sí puede pecar (Suma Teológica I, q. 62, a. 8 ad 3). Por eso, la doctrina tomista sostiene con razón que la voluntad del ángel es naturalmente inmutable en sus elecciones, realizadas con pleno conocimiento y deliberación: una vez que ha hecho una elección, ya no puede arrepentirse o volverse atrás. De ahí, por tanto, que los ángeles buenos permanecen fieles después de la caída de los demonios, a la par que la elección de éstos fue definitiva. Y ello se debe a que el ángel no elige de forma discursiva o razonada, sino percibiendo de forma mucho más perfecta el bien y por eso lo elige o lo rechaza de modo fijo e inmutable.
El amor en los ángeles
El ángel, al igual que el hombre, se ama a sí mismo con amor natural y electivo, ya que desea para sí su bien y su perfección y lo apetece de forma libre, lo elige libremente. Además, el ángel ama con amor natural a todos los demás ángeles en cuanto convienen en la misma naturaleza angélica, pero en lo que difieren entre sí (en lo que son diferentes entre sí) los ama con amor electivo, libre. En fin, el ángel ama a Dios necesariamente con amor natural más que a sí mismo, pues reconoce en Dios el Bien universal; no ama a Dios naturalmente por su propio bien, sino por Dios mismo, que es el Bien supremo, y lo ama con amor de caridad. Es también Santo Tomás, el “Doctor Angélico”, quien ha profundizado en muchas de estas cuestiones (Suma Teológica I, q. 60), uniendo un razonamiento perfectamente lógico y ordenado con una penetración que sólo puede provenir de un alma contemplativa como era la suya.