A través de la lectura de los clásicos nos beneficiamos de una muestra inmensa en la que podemos aprender sin que nadie nos dé “moralinas”, a través de los personajes…
–cómo se configura su personalidad a través de las elecciones que hacen.
–cómo superan sus miedos y se enfrentan a las injusticias o a los contratiempos.
–cómo, a través del esfuerzo, consiguen aprender determinadas estrategias para enfrentarse con la adversidad o con el éxito.
–cómo conforman su modo de ser, su espíritu crítico y dialogal…
–qué es lo que transmiten cuando actúan respetando, o no: el bien común, el pluralismo, la dignidad de la persona y sus valores, etc.
Todo este bagaje que se obtiene con esas lecturas, arroja luz a la razón y facilita descubrir cómo toman forma y tonalidad las vidas que nos proponen las escritoras, los escritores en sus cuentos y novelas.
Con esta actividad lectora, los hijos se benefician descubriendo el atractivo que ejerce, por ejemplo, la figura del compañero leal y la repulsa que provoca la de quien traiciona; de cómo es la vida de una persona que vive siguiendo sus propias convicciones o siguiendo la voluntad de otras porque nunca se ha propuesto ser ella misma; de lo interesante que es caer en la cuenta de que los demás también tienen unos puntos de vista que es interesante considerar; de la conveniencia de pararse a pensar para analizar un cara a tomar una decisión, etc.
Dos propuestas
Termino con dos propuestas por si resultan sugerentes para alguien:
1. Comprobar qué libros hay en casa que puedan animar a los hijos a convertirse en “intrépidos entusiastas de la lectura”.
2. Seleccionar películas y después de verlas para comentar y escuchar en familia aquello que más ha llamado la atención a cada una, a cada uno, por la forma de actuar de alguno de los personajes o por los valores que encarnaba. Y terminar con la votación de un valor positivo que transmitía alguno de los personajes para escribirlo y tenerlo presente esa semana. Ya sea la valentía, el respeto, la lealtad, la responsabilidad…