Castigo del blasfemo Senaquerib
Senaquerib, rey de los asirios, puso sitio a Jerusalén con un formidable ejército. En vano trató Ezequías de aplacarle con dones; cada día más enorgullecido, envíaba a sus soldados bajo los muros de la ciudad para intimar al pueblo a que se rindiese, porque ninguno podría resistir a la fuerza de sus armas. ¿Podrá, acaso, vuestro Dios –decían ellos, blasfemando, en nombre del rey– libertaos de las manos de Senaquerib? No prestéis oídos a Ezequías que os seduce diciéndoos que el que el Señor que os libertará. Al oír estos improperios, el piadoso Ezequías rasgó sus vestiduras y, vistiendo un saco, fue al templo a hacer oración. Le escuchó el Señor y le avisó por medio de Isaías, que tomaría su defensa y que nada temiera de Senaquerib. En efecto, la noche siguiente entró el ángel del Señor en el campo de los asirios y dio muerte a ciento ochenta y cinco mil soldados. A la luz del nuevo día, cuando se presentó ante los ojos de Senaquerib tan espantoso estrago, confuso y aterrorizado, huyó a Nínive, donde fue asesinado por sus mismos hijos, en un templo de los ídolos. (Año del mundo 3295)
Así castigó Dios al orgulloso Senaquerib, por la blasfemia que había pronunciado contra su santo nombre.
Santa muerte de Ezequías
Libre Ezequías de estos peligros, pasó el resto de su vida en el mayor sosiego. Amaba al Señor, y el Señor estaba con él, por cuya razón todas las cosas le salían bien. Puesta toda su confianza en Dios, en todas las obras que hacía siempre mirando la gloria de su santo nombre. Después de veintidós años de reinado, murió plácidamente a los cincuenta y cuatro de su edad. Fue llorando amargamente por el pueblo, y, en señal del afecto que le profesaban, le colocó en el sepulcro de sus antepasados; pero en un lugar más elevado que el de los otros reyes. Considérase como el modelo de príncipes religiosos. (Año del mundo 3306)
Impiedad de Manasés y Conversión
Al piadoso rey Ezequías sucedió su hijo Manasés, el cual, degenerando de la piedad de su padre, no hubo pecado que no cometiese. Abandonado el culto del verdadero Dios, obligó al pueblo a adorar a los ídolos; y se dedicó a la magia y a otras supersticiones por el estilo. El Señor envió a sus profetas para que le amonestaran, pero él cada vez más fuera de sí, hizo asesinar cruelmente a muchos de ellos.
Isaías, habiendo reprendido sus iniquidades, y como llevado de santo celo, le anunciara inminentes castigos de Dios, en vez de enmendarse, dio la cruel orden de que se aserrara por medio al santo profeta con una sierra de madera. Pero el Señor no tardó en vengar los ultrajes inferidos a su siervo. Manasés fue vencido por los asirios, los cuales le llevaron prisionero a Babilonia, encadenado de manos y pies. Le acompañaba, empero, la misericordia de Dios. En los horrores del calabozo volvió sobre sus pasos, conoció la mano divina que le había castigado y rogó humildemente al Señor que tuviera piedad de él.
El Señor, que siempre escucha a los que le invocan arrepentidos, le libertó de sus enemigos y le volvió a sentar en el trono de Judá. Manasés, reconocido al Señor, empleó el resto de sus días en reparar los ultrajes que había causado al honor divino y permaneció fiel a Dios hasta su muerte. (Año del mundo 3361).