Había un Cafarnaúm un endemoniado que daba gritos contra Jesús: Este le dijo: - Calla y sal de este hombre. El demonio echó inmediatamente a aquel hombre al suelo, dejándolo como muerto; pero después salió de su cuerpo y quedó aquél perfectamente sano.
En la misma ciudad estaba la suegra de Pedro postrada en la cama, con fiebre muy fuerte. Le mandó Jesús que se levantase y al instante quedó sana.
De todas partes le llevaban enfermos de toda clase y endemoniados; a todos los curaba. En Cafarnaúm le quisieron algunos presentar un paralítico; pero como le estorbaba la muchedumbre que le rodeaba, le subieron al terrado de la casa donde estaba, y desde allí le bajaron en su catre a los pies del Salvador. Al ver la fe de estos hombres, Jesús dijo al paralítico: hijo, perdonados te son tus pecados. Al oír estas palabras, dijeron los fariseos para sus adentros: este blasfema. ¿Quién puede perdonar a los pecados sino sólo Dios? Jesús que, como Dios, adivinaba todos sus pensamientos, añadió: ¿Es más fácil decir “te son perdonados tus pecados, o levántate y anda”? Ahora bien; para que sepáis que tengo poder de perdonar los pecados: Levántate -dijo al paralítico-, toma tu lecho y ve a tu casa. A este mandato divino se levantó el paralítico, y en presencia de todo el pueblo tomó su lecho y se fue a su casa, glorificando a Dios por el gran favor recibido.
En todas las curaciones obradas por el Divino Salvador debemos admirar la singular bondad con que primero curaba los males del alma y después los del cuerpo, dándonos de esta suerte la importante lección de que debemos purificar nuestra consciencia antes de acudir a Dios en nuestras necesidades corporales.
Jesús da la vista a un ciego de nacimiento
Había un hombre ciego de nacimiento, a quien Jesús tocó los ojos con un poco de lodo y dijo: ¡Ve y lávate en la piscina de Siloé! Fue, y, habiéndose lavado, recibió la vista. Los obstinados fariseos le llamaron y le dijeron: ¿Quién te ha curado? Él les contestó: Ese hombre que se llama Jesús me ha curado.
Da gloria a Dios -le replicaron-; nosotros sabemos que el que te ha curado es un pecador.
Él les dijo: Yo no sé si es pecador, pero es lo cierto que yo estaba ciego y ahora veo la luz. Y le volvieron a preguntar: ¿Qué te hay hecho? ¡Cómo te abrió los ojos?
Ya os he dicho -les contestó- que aquel que se llama Jesús hizo lodo y me cubrió los ojos con él diciendome que fuera a lavarme a la piscina de Siloé, y cobré la vista.
¿Por qué me preguntaís esto otra vez? Queréis, tal vez, ser también vosotros sus discípulos?
Al oír estas palabras le maldijeron y contestarón: ¡Sé tú su discípulo, si quieres. Nosotros seguimos las doctrinas de Moisés. Este no sabemos de dónde es.
A lo que dijo aquél: Es extraño que no sepáis su origen, habiéndose dado la vista. Si éste no fuese de Dios, no podría obrar tales cosas.
Irritados y confundidos los fariseos, contestaron: Estás lleno de pecados desde tu nacimiento ¿y quieres ser nuestro maestro? Y le echaron fuera. Más él, habiendo hallado a Jesús y sabido que era el Mesías esperado, se postró a sus pies, le adoró y se hizo discípulo suyo.