Era éste un joven, hijo único de madre viuda, la cual seguía al féretro llorando sin consuelo, y le acompañaba con otras personas. Jesús se compadeció de ella y le dijo: No llores. Y acercándose al ataúd, detuvo a los que lo llevaban, los cuales se pararon y lo pusieron en el suelo. Entonces el Salvador exclamó en voz alta: Te mando, joven, que te levantes. Y el joven inmediatamente se levantó y comenzó a hablar. Le tomó de la mano y se lo devolvió a su madre, que le recibió con sumo gozo. Todos los que se hallaron presentes a este milagro, glorificaron a Dios diciendo: Un gran profeta ha aparecido entre nosotros. Verdaderamente el Señor ha visitado a su pueblo.
Multiplicación de los panes
Jesús se dirigió un día desierto, acompañado de una inmensa muchedumbre que le seguía de todas partes. Al ver tanta gente, comenzó a instruirla en la fe y a curar los enfermos, y, sin darse cuenta, les sorprendió la noche. Los discípulos le dijeron que despachara a aquellas turbas, porque se hallaban en un lugar desierto, faltos de todo sustento. Jesús, les contestó: No conviene que se marchen en ayunas, pues podrían desfallecer en el camino; dadles de comer. Felipe replicó: No son suficientes doscientos denarios para dar un pedazo a cada uno. Jesús les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Andrés le contestó: Hay aquí un joven que tiene cinco panes y dos peces. ¿Pero qué es esto para tanta gente? Dijo Jesús: Traédmelos y hacedlos sentar a todos sobre la hierba. Se sentaron, y había allí cerca de cinco mil hombres sin contar las mujeres y los niños. Tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, los bendijo y se los entregó a los Apóstoles, para que los distribuyeran entre la multitud. Los panes y los peces se multiplicaron de tal manera, que todos comieron hasta la saciedad. Luego que hubieron comido, mandó Jesús que recogiesen los restos y con ellos se llenaron doce canastos.
Al presenciar este milagro, decían estupefactos las turbas: Este es verdaderamente el profeta que debía venir al mundo. Entretanto querían hacerle rey, pero Él se retiró a un monte a hacer oración.
El mismo milagro repitió en otra ocasión, alimentando abundantemente con pocos panes a millares de personas.
Otras curaciones milagrosas
Algunas enfermedades puede curarlas el hombre con el tiempo y con remedios adecuados, pero devolver la salud al instante y sin remedio alguno, es sólo propio de Dios, autor de la vida y de la muerte. Por esto Jesús, siendo verdadero Dios, curó de este modo enfermedades que hasta se tenían por incurable, y resucitó también a algunos muertos. A los milagros referidos añadiremos los siguientes.
En la ciudad de Sidón le llevaron un sordomudo para que le curase. Jesús le llamó aparte, púsole los dedos en las orejas, le tocó la lengua con su saliva, y levantando los ojos al cielo, le dijo: Abríos; y al instante se abrieron los oídos, se soltó su lengua y comenzó a hablar claramente.