–Pídeme lo que quieras y te lo otorgaré.
–Señor –contestó Salomón–, Vos veis que yo estoy en medio de vuestro pueblo como un niño. Dadme, pues, la verdadera sabiduría para que pueda juzgar con rectitud y discernir entre lo bueno y lo malo.
Agradó a Dios la petición y contestó:
–Puesto que no me has pedido honores ni riquezas, juntamente con la sabiduría recibirás tantos honores y riquezas, que nadie jamás ha sido ni será semejante a ti.
Primer rasgo de justicia
Muy pronto tuvo ocasión Salomón de dar a conocer su extraordinaria sabiduría. Se presentaron a él dos mujeres con dos niños, el uno vivo y muerto el otro.
–Esta mujer –dijo una llorando– ahogó anoche a su hijo, y, mientras yo dormía, vino y se llevó al mío. Manda, oh rey, que me lo devuelva.
El pleito era difícil de resolver, porque no había testigos. Salomón hizo que le llevaran una espada y pronunció la siguiente sentencia:
–Puesto que las dos afirmáis que este niño es vuestro, córtese por medio en dos partes iguales y tome cada una la suya.
La mujer que no era su madre aceptó la sentencia con placer, mas no así la que lo era:
–¡Ah, no –exclamó al instante–, no deis muerte a mi pobre hijo. Dádselo antes a ella, vivo y entero!
Entonces Salomón hizo salir de su presencia a la falsa madre y dio a la verdadera el niño. Cuando se divulgó esta sentencia, todos admiraron la sabiduría de Salomón. abiéndose enriquecido mucho, se dio prisa en cumplir el piadoso deseo de su padre, que consistía en levantar a Dios un templo en Jerusalén de una magnificencia asombrosa, que constituyera una de las maravillas del mundo (Año del mundo 2993).
Templo de Salomón
Reunidos los materiales que pudo hallar en su reino y en los demás reinos vecinos, echó Salomón los cimientos de aquel grandioso templo. Trabajaron en su construcción, durante siete años, ciento sesenta mil obreros. Tenía tres artesonados y sus paredes eran de piedras perfectamente escuadradas y labradas. Las paredes, el santuario, el altar, los querubines que estaban cerca del Arca, hallábanse cubiertos de planchas de oro magistralmente talladas. En la parte exterior había un gran vaso de bronce, redondo, que por su magnitud se llamó mar, sostenido por doce bueyes del mismo metal. Dentro y fuera del templo todo era muy precioso, ya por los materiales empleados, ya por la obra de arte.