Elías, por mandato de Dios, se presentó nuevamente a Acab, el cual, más irritado aún, así que le vio le dijo: – ¿No eres tú, malvado, el que conturbas a Israel? Y comenzó a amenazarle.
Elías contestó con entereza: – No soy yo, sino tú, el que conturba a Israel, pues has abandonado al Dios de tus padres para adorar a Baal. Y para que se conozca cuál es el verdadero Dios, haz que se reúnan en el monte Carmelo todos los sacerdotes de Baal.
Condescendió el rey, y con los sacerdotes se juntó todo el pueblo de Israel. Llegado allí, se volvió Elías al pueblo y dijo: – ¿Hasta cuándo habéis de balancearos hacia dos partes? Si el Señor es Dios, seguidle, y si lo es Baal, seguid a éste. Es, pues, necesario probar cuál es el verdadero Dios.
Que levanten los sacerdotes de Baal un altar, depositen en él la leña, pero sin aplicarle fuego. Yo haré otro tanto. Cada uno invocará a su Dios, y el que enviare fuego del Cielo para consumir la víctima, será el verdadero. El pueblo aceptó la propuesta.
Tomaron los profetas de Baal un buey, lo descuartizaron y lo pusieron sobre el altar, y desde la mañana hasta el mediodía no cesaron de gritar: – Baal, óyenos. Baal, escúchanos. Rezaban, daban vueltas alrededor del altar, se arrodillaban y se herían, según sus ritos, con lancetas de hierro. Pero todo era en vano, porque Baal no respondía. Elías se mofaba de ellos y les decía: – Gritad más alto, porque quizá ese, vuestro Baal, está dormido y no os oye.
Llegó el mediodía y aún no habían conseguido nada. Juntó entonces Elías doce piedras y construyó con ellas el altar del verdadero Dios, que había sido demolido por los idólatras. Puso sobre él la leña y la víctima e hizo derramar tanta agua, que quedó modado todo el altar y llena la zanja que había mandado hacer a su alrededor. En seguida se acercó al altar y oró de esta manera: – Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, dígnate oírme y haz conocer hoy a este pueblo que tú eres el verdadero Dios.
No había acabado de hablar, cuando cayó de improviso fuego del Cielo que consumió el holocausto, las piedras y hasta el agua que había en la zanja. Cuando el pueblo vio tan asombroso portento, lleno de admiración exclamó: – El Dios de Elías es el verdadero Dios. Mandó entonces Elías que prendiesen a los sacerdotes de Baal, que eran cerca de cuatrocientos cincuenta, los hizo llevar al torrente Cisón y, en castigo de sus perversas doctrinas y de las blasfemias que habían vomitado contra el verdadero Dios, dio orden de que fueran muertos.
Lluvia prodigiosa
Concluida la matanza de los profetas de Baal, Elías se dirigió a Acab y le anunció que estaba próxima la lluvia. Subió luego al Carmelo a hacer oración y envió siete veces a su criado a que mirara hacia el mar para ver si aparecía alguna nube. La séptima vez apareció una nubecilla parecida a la planta de un hombre, que subía del mar. Mandó decir inmediatamente a Acab que enganchase los caballos y se marchara, para que no le cogiera la lluvia. En efecto, aquella nubecilla se dilató de tal suerte que el cielo quedó encapotado por completo y cayó una lluvia intensa que libró al país de la espantosa sequía por la que habían pasado. El que acude a Dios con fervor por medio de la oración obtiene gracias y aún milagros.