– Padre mío, tu eres el carro de Israel y el que lo dirige.
Eliseo, para consolarle, le prometió que vencería tres veces, con mucha ventaja, al rey de Siria. Lo cual se cumplió y trajo una paz universal en Israel. Eliseo murió plácidamente, y fue enterrado en el campo en una cueva abierta.
Al año de su muerte, algunos hombres llevaban a enterrar un cadáver, y al ver a unos ladrones, sintieron tal miedo, que echaron al muerto en el sepulcro de Eliseo. El cadáver, apenas tocó el cuerpo del santo profeta, volvió a la vida. Este hecho y el prodigio obrado con la capa de Elías, en las aguas del Jordán, dan a entender cuánto place al Señor que se veneren las reliquias de sus Santos; están, pues, muy engañados los que dicen que no se les debe prestar culto alguno.
Jonás, Profeta
Casi contemporáneo de Eliseo fue el profeta Jonás, célebre por su misión en Ninive, capital de la Siria. Esta populosa ciudad se había entregado a los más graves excesos, y sus pecados habían provocado altamente la cólera de Dios. Para que se conviertiera, Dios envió al profeta Jonás a predicar penitencia, con la amenaza de que la destruiría si no se arrepentía. Ya sea por las dificultades del viaje o por temor de que fuera inútil su predicación, Jonás no obedeció los mandatos del Señor, y en lugar de ir a Ninive se embarcó en una nave para Tarso, ciudad de Cilicia. Pero, ¿Quién puede esconderse a los ojos de un Dios todopoderoso y resistirse a sus deseos? Apenas se hizo a la vela la nave, se levantó una espantosa tempestad que dejó a todos los marinos en la más grande consternación. El navío estaba en inminente riesgo de hundirse. Todos los pasajeros se pusieron a trabajar: unos aligeraban el buque, otros rezaban; solamente Jonás, en tan grave peligro, dormía tranquilamente. Los marinos, que eran paganos, echaron suertes para saber quién de los pasajeros era la causa de tanto mal. El Señor permitió que la suerte cayese sobre Jonás, quien declarando su pecado, les dijo:
– Arrojadme al mar y cesará la tempestad.
Los marinos se horrorizaron. Sin embargo, dando voces al Cielo para que no les imputara su muerte, le tomaron y le arrojaron al mar, que se apaciguó al instante. El Señor, que sabe castigar y salvar, envió un pez de colosal tamaño que se tragó a Jonás y le llevó consigo al fondo del mar. En ese momento Jonás reconoció su pecado, se arrepintió y pidió humildemente perdón al Señor, quien no desoyó sus súplicas. Después de haber estado tres días y tres noches en las entrañas de aquel pez, el Señor dispuso las cosas de modo que le vomitara sano y salvo en la playa a poca distancia de Ninive.
Predicación de Jonás
Obedeciendo entonces Jonás a los divinos mandatos, se dirigió sin demora a la ciudad, y llegado allá, recorrió todo un día las calles gritando:
– Pasados cuarenta días, Ninive será destruida.
Al oír tales amenazas, los habitantes se llenaron de temor y reconocieron sus culpas. El mismo rey se vistió con un saco, bajó del trono y se cubrió de ceniza; ordenó un ayuno público y general, y exhortó a todos a que dejasen el pecado y rogasen al Señor que se apiadase de ellos.
– Tal vez –decía– el Señor nos escuche, nos perdone y, aplacado su furor, revoque la sentencia que ha pronunciado contra nosotros.
Dios se conmovió, en efecto, en vista de la penitencia de los ninivitas, se apiadó de ellos y no envió sobre la ciudad el castigo con que la había amenazado. (Hacia el año 3220)
Dios es misericordioso y fácilmente otorga el perdón, con tal que el hombre se arrepienta y haga penitencia.
Historia Sagrada. San Juan Bosco