Judas y los suyos se prepararon para defenderse. Antes de nada, fueron al templo y, postrados ante el altar, imploraron el socorro del Cielo; después empuñaron las armas y salieron al encuentro del enemigo. Estaban ya frente a frente ambos ejércitos. Judas tenía el Omnipotente como garantía de su victoria mientras que el enemigo confiaba solamente en el número de sus combatientes. En los más reñido de la pelea, vieron los soldados de Antíoco aparecer, al frente del ejército de los judíos, a cinco hombres, montados en caballos con jaeces de oro que, echando pie a tierra servían de guía a los hebreos. Dos de ellos marchaban al lado de Judas y le defendían de los golpes de los enemigos, y los otros tres arrojaban flechas y rayos contra aquellos que les disputaban la victoria, cegándolos y echándolos por tierra al mismo tiempo.
Veinticinco mil infantes y seiscientos soldados de a caballo quedaron muertos en el campo. Timoteo, aterrorizado, trató de huir; pero perseguido y hallado en una cisterna, fue condenado a muerte.
Terrible muerte de
En la muerte de Antíoco se ven palpablemente las señales de la divina venganza. A la noticia de las repetidas derrotas de sus generales, enfurecido, reunió todas las fuerzas de su reino para ir personalmente a Judea y hacer, como él decía, una matanza general de los judíos y de Jerusalén un cementerio. Mientras iba andando y repetía estas amenazas, le sorprendieron agudísimos dolores de vientre. No obstante, apresuró aún más la marcha, y por el ímpetu que llevaban los caballos, cayó de la carroza, y magullado el cuerpo le llevaron en una silla de mano a la cercana ciudad de Tabes, en las fronteras de Babilonia. Los dolores que padecía interiormente aumentaban por momentos; a esto se siguió la descomposición de su cuerpo, y en pocos instantes, se convirtió en un hervidero de gusanos, exhalando un hedor insoportable, así para él como para el ejército. Parece que reconoció entonces sus maldades y exclamó: ¡En qué tribulación y en qué mares de tristeza me veo hoy sumergido! Ahora me acuerdo de los males que hice en la ciudad de Jerusalén, que mandé destruir sin causa alguna; conozco que por estos motivos han venido sobre mí estos males y muero atormentado de dolores en tierra extraña.
Prometía, además, que trabajaría por la felicidad y grandeza de la nación judía, que abrazaría la religión de los hebreos y que, en todo su reino, haría predicar y conocer el verdadero Dios; pero como su arrepentimiento no era verdadero, porque no nacía sino del temor de la muerte, no fue escuchado por Dios, y, creciendo cada vez más su mal, murió miserablemente ante acerbísimos dolores. De esta suerte Antíoco, antes de morir experimentó, en gran parte, los tormentos que hiciera padecer al pueblo de Dios. (Año del mundo 3841)
Eupátor firma la paz con los judíos
Eupátor, hijo de sucesor de Antíoco Epifanes, heredó con el trono el odio de su padre contra los judíos, y aprobaba cuantos ultrajes se cometían contra ellos. Para ensayar su poder envió a Lesias con su poderoso ejército contra Judas, el cual, según costumbre, después de haber implorado el divino socorro, le salió al encuentro.
Apareció entonces al frente de los soldados judíos un caballero adornado con vestidura blanca, ceñido con armas de oro, que hacía vibrar una espada desenvainada. Animados los judíos a la vista de este prodigio, se arrojaron sobre el enemigo y dieron muerte a once mil soldados de a pie y mil seiscientos a caballo.
Desalentando Eupátor y llamado a sus estados por algunas turbulencias, ofreció voluntariamente la paz a los judíos, y prometió dejarles vivir y gobernarse según las leyes.
Historia Sagrada. San Juan Bosco