Cristo que concedió el don de los milagros a los primeros predicadores del Evangelio para marcar con el sello divino su palabra, también muestra su complacencia con la vida y actividad apostólica de los santos, concediéndoles este don.
En el caso de nuestro santo este don fue muy destacado y se mostró de formas muy diversas, que conviene destacar y ver el mensaje práctico que aportan a nuestras vidas casi ocho siglos después.
Vencer la tentación
Desde su infancia Antonio fue devoto de la Santísima Virgen, y Ella varias veces lo socorrió. Cuando, de niño, visitaba la catedral, sintió una tentación y para combatirla trazó con sus dedos una cruz en la pared de piedra de la escalera que sube a una de las torres; la cruz quedó grabada en la pared, como si esta fuera de cera.
Cuando se visita la catedral de Lisboa se puede ver la cruz detrás de una pequeña verja.
En otra ocasión, en que el demonio no podía soportar más el bien que el santo hacía, lo cogió del cuello tan violentamente, que lo ahorcaba. Antonio mal pudo balbucear las palabras de la antífona a Nuestra Señora, “O Gloriosa Domina”. En ese mismo instante el demonio huyó despavorido. Recompuesto, Antonio vio a su lado a la Reina del Cielo resplandeciente de gloria.
Predica a los peces para confundir a los indiferentes
En Rímini, ciudad infestada y adormecida por la influencia de la herejía, el pueblo se mantuvo indiferente, durante el sermón de Fray Antonio, como muchas veces sucede. Ante esta situación, el santo decide abandonar a sus oyentes e irse a predicar a la orilla del mar. Millares de peces de varios tipos y tamaños se acercaron a la orilla y sacaron la cabeza fuera del agua, en actitud de escuchar al santo; las gentes, que habían seguido al santo, se quedaron atónitas con el milagro.
Presencia real de Jesucristo
Un heresiarca negaba la Presencia Real en el Santísimo Sacramento. Para creer, decía que quería un milagro. Y propuso lo siguiente: dejaría su mula sin comer durante tres días y después de ese tiempo le ofrecería heno y avena, y Fray Antonio la Hostia consagrada. Si la bestia dejase la comida para ir a adorar la Hostia, dijo que creería.
La prueba fue realizada en presencia de toda la ciudad. La mula hambrienta, teniendo que escoger entre el alimento y el respeto a la Hostia consagrada, fue a arrodillarse delante de Ésta, que era sostenida por el santo en sus manos.
Ayuda a los presos
En el otoño de 1229, participó San Antonio en el caso de Ezzelino IV da Romano, en cuyas tierras de Bassano, Diócesis de Verona, guerreaba con Padua; en estas tierras habitaban los Frailes Menores del convento de San Donato de Capo di Ponte, a los que protege de las pretensiones de Ezzelino una carta del Papa Gregorio IX de Octubre de 1227, para que permanecieran en la iglesia que les había cedido el Obispo.
El Podestá Esteban Badoer le rogó a San Antonio que solicitase al poderoso Ezzelino IV da Romano la liberación de varios nobles paduanos que tenia prisioneros; por ello viajó a Verona y se entrevistó con Ezzelino, aparentemente sin éxito, pero, solo Dios conoce el momento oportuno, en que los hechos deben ser resueltos, y así fue, unos meses después de la muerte de Antonio Ezzelino cedió y liberó a los paduanos presos.
Necesidad de la oración
La actividad de apostolado de San Antonio tiene un objetivo prioritario transmitir al pueblo y a la Jerarquía, que “sólo un alma que reza puede realizar progresos en la vida espiritual”. Él conoce bien los defectos de la naturaleza humana, la tendencia a caer en el pecado, por eso exhorta continuamente a combatir la inclinación a la codicia, al orgullo, a la impureza, y a practicar las virtudes de la pobreza y de la generosidad, de la humildad y de la obediencia, de la castidad y de la pureza.