“Para ejercer sobre las almas una influencia benéfica no basta tener talento o trabajar de modo extenuante: causas puramente naturales no pueden producir efectos sobrenaturales. Los grandes apóstoles son siempre grandes contemplativos; extraen de la unión con Cristo la savia divina que fecunda su acción. San Antonio no constituyó excepción a esta regla: fue hasta el más alto grado un hombre de oración.”
“Practicó en el transcurso de toda su existencia el precepto del Señor: Debe rezarse siempre.”
Esta vida interior de San Antonio no fue un fruto espontáneo en su vida, sino que él la fue fomentando desde joven con su vida de piedad, las prácticas piadosas y su devoción a la Virgen María, hechos que su vida se ven resaltados, pero que están al alcance de cualquier persona, niño o mayor, siempre que en su entorno familiar se intente crear un ambiente propicio para ello
Montepaulo
Una vez incorporado a la familia seráfica – los frailes menores – San Antonio en su etapa en el anonimato en Italia, llevó en Montepaulo una vida puramente eremítica, pasando los días en una gruta, absorto, perdido, inmerso en sus coloquios con Dios.
A lo largo de su vida activa, descubierto por sus superiores para el apostolado y la lucha contra los herejes, consciente de la debilidad humana, siempre encuentra momentos para la oración, a veces, como le ocurrió durante su estancia en Francia, en este caso en el convento de Brive, retirándose a una gruta cercana al mismo.
“Nuestro Santo consagraba días enteros a la oración.” Cierto es que la predilección que Dios y la Virgen María tuvieron con él, apareciéndosele muchas veces a lo largo de su vida, nos muestran que ellos están siempre cerca del que les necesita.
No se puede perder de vista que San Antonio tuvo una vida terrenal corta, 36 años, y su vida de apostolado activo no llega a los 10 años (1222 – 1231), lo que resulta asombroso cuando se ven sus resultados y su gran influencia en la vida pública y en la de la Iglesia; está claro que hay algo más, su vida interior, que le permite llegar a las gentes de forma singular.
Las bilocaciones
Esta vida interior y de entrega total al servicio de Dios y de la Iglesia, se concretan, en ocasiones, en actos extraordinarios, que Dios permite, para apoyar la labor de apostolado de San Antonio: las bilocaciones.
En el día de Pascua de 1224, debía predicar al mismo tiempo en la Catedral de Montpellier (Francia) y cantar el gradual y el aleluya en la Misa conventual. Estaba en el púlpito de la Catedral predicando ante el Obispo y una inmensa multitud, cuando súbitamente paró el discurso, cubrió su cabeza y quedó absorto en un profundo recogimiento. En ese preciso momento, los frailes menores lo vieron en su capilla, donde desempeñó devotamente su papel.
Recordamos, también, como cuando Santo Antonio estaba en Padua tuvo una visión, que fue relatada por un religioso digno de fe: En Lisboa, sus parientes: padre, madre, hermanos y hermanas, se encontraban implicados en un caso de homicidio, cometido por otros.
Dos personas se odiaban mortalmente. Uno de ellos, se encontró cierta noche con el hijo del rival, y decidió vengarse; favorecido por la oscuridad, lo arrastró a su propia casa y lo asesinó bárbaramente. Después, sepultó el cuerpo en el jardín de la casa de los parientes de Antonio.
La magistratura, sabiendo que el joven había sido visto aquella noche en las proximidades del palacio de Martinho, buscó por los alrededores y por la propiedad, encontrando tierra removida hacía poco, donde apareció el cadáver. Las sospechas del homicidio cayeron sobre Martinho, que fue preso con toda su familia.
Se acercaba el día de la sentencia, que habría sido condenatoria, si el Santo no hubiese venido en auxilio de los suyos. Una noche, él pidió licencia a su superior para salir del convento y se puso camino de Lisboa. Allá llegó prodigiosamente a la mañana siguiente, cuando no serían suficientes tres meses para recorrer la distancia entre Padua y Lisboa. Se presentó al tribunal para pedir la libertad de su familia, pero como era de esperar, no fue atendido.
El Santo pidió entonces que le trajesen el cadáver de la víctima. Al verlo, le ordenó en nombre de Cristo que volviese momentáneamente a la vida para indicar su asesino. Y el cadáver se animó, confesó abiertamente que ningún miembro de la familia de Antonio era culpable de su muerte y después cayó nuevamente en su sueño de muerte. El milagro y la solemne declaración de tal testimonio fueron suficientes para libertar la familia de Antonio, con la cual él pasó aquel día. Se despidió al caer de la noche y al día siguiente encontrábase nuevamente en su convento de Padua".
Comité de Redacción
[i] Vida de San Antonio de Padua – editada por la Obra de EL PAN DE LOS POBRES