Este espíritu de obediencia resalta durante toda su vida; en las etapas de su estancia en los Monasterios de San Vicente de Fora (Lisboa) y de la Santa Cruz (Coimbra), donde le fueron encargados todo tipo de trabajos, necesarios en la vida monástica: cocina, hospedería, limpieza, etc. Posteriormente, cuando profesó en los Frailes Menores, también destacó por su espíritu de obediencia.
Ahora bien, hay que poner de manifiesto, y en esto tenemos un ejemplo a imitar, que siempre aceptó, con tranquilidad y serenidad, las circunstancias y dificultades que Dios le ponía en su camino: la enfermedad en Marruecos, cuando ya había logrado su sueño de ir a predicar el evangelio a los marroquís; la tormenta en el mar, que les hizo pasar momentos de grave peligro, del que los marinos comprendieron que solo las oraciones del fraile Antonio podían sacarles; su débil salud, en la primera etapa en Sicilia, donde tuvo que reponerse de todos los quebrantos que había sufrido en Marruecos.
Ardor de apostolado
Los superiores franciscanos, a raíz del descubrimiento, en Forli, de sus cualidades oratorias y de sus conocimientos de las Sagradas Escrituras, así como de su formación teológica, San Francisco y sus superiores deciden sacar fruto de ello.
San Francisco le nombra Maestro de Teología y sus superiores le envían a predicar por Italia, a fin de combatir a los herejes y convertir a las gentes, que por influjo de la herejía se había alejado de la Iglesia.
Desde este momento, San Antonio, sin abandonar la oración y el estudio, se dedica con gran ardor al apostolado y la predicación. Durante este tiempo, que transcurre entre 1222 y 1227, recorre Italia y es enviado a Francia, a petición del Papa Honorio III, para, junto con los dominicos y cistercienses, combatir la herejía cátara, que se había implantado con fuerza en el suroeste de Francia.
A su regreso a Italia siguió con la predicación, llegando a ir a Roma a predicar ante el Papa Gregorio IX en San Juan de Letrán; el Papa le pidió que escribiera los sermones dominicales.
Dios le bendice
En todo este tiempo de predicación, Dios le demuestra su predilección favoreciéndole con la realización de milagros, que corroboran lo que dice en sus sermones y ratifica con su vida de recogimiento, oración y estudio.
Una vez más vemos cómo Dios apoya la labor de quienes se entregan, con ardor y valentía, a la labor de apostolado y, en los momentos en que decae el ánimo, se hace presente para dar nuevas fuerzas al apóstol. Esto que se ve claramente a lo largo de la vida de San Antonio, sigue teniendo efecto después de su muerte, ya que, nuestro patrono, es uno de los santos más universales de la Iglesia, al que acuden sus innumerables devotos en los momentos de necesidad o, simplemente, cuando desean que Dios les ayude a encarrilar sus vidas a Su servicio.
Ahora bien, San Antonio era consciente de que el demonio que nunca ceja en su empeño por alejar a las personas de Dios, y constantemente va a estar al acecho de un momento de debilidad, para hacerse presente con sus señuelos y tentaciones. San Antonio luchó contra ello con la oración y la penitencia. Este estado de ánimo hizo que, con la ayuda de Dios y de la Virgen María, nunca decayera su ardor de apostolado, superando las contrariedades que se le presentaban.
Vale la pena conocer más y mejor a este gran santo, Doctor de la Iglesia, al que Dios llamó a la gloria del Cielo en un 13 de Junio, hace 783 años.
Comité de Redacción