“Esta sería una buena ocasión para conocer personalmente y encontrarse con Francisco”[1] “Dos caras, dos corazones, dos miradas, dos vidas, dos deseos – dos grandes santos que se entendieron inmediatamente, aunque se cruzaron pocas palabras.”
Fue el último capítulo abierto a todos los frailes, al mismo concurrieron más de 3.000 hermanos, según Jordán de Giano (Crónica, n. 16); en él se informó del martirio de los cinco hermanos en Marruecos, a los que Fray Antonio había conocido durante su estancia en Coímbra (Portugal), y se aprobó la Regla no bulada.
Fray Antonio, durante este Capítulo General estuvo bastante sólo; desconocido para la mayoría de los franciscanos presentes, todavía en fase de recuperación de su enfermedad. “Una vez más un momento difícil que le forzaba a re-examinar su conciencia, siempre a la luz de la inspiración divina y apoyándose en su devoción a la Virgen María. No se trataba de buscar nuevos caminos a ciegas, si no de dejarse iluminar por Dios, en medio de la oración.”
Terminado el Capítulo, cada franciscano regresó a su provincia o marchó a la misión que se le había confiado. Antonio, incorporado recientemente a la Orden en tierras lejanas, era allí desconocido y pasó desapercibido, inmerso en la reflexión de lo que veía y oía; como no tenía un destino establecido.
Durante el Capítulo, Antonio había conocido a Fray Graciano, Provincial de Romaña que, por compasión, le quiso arropar, con permiso de Fray Elías, que había sido elegido Ministro General, llevándole con él al pequeño cenáculo Montepaolo, cerca de Florlivio.
Montepaolo
“En este piadoso retiro, el Santo llevó, durante varios meses, una vida meramente contemplativa. Pasó gran parte de los días en una gruta próxima al convente, absorto en la oración. Al caer la noche, salía de tal modo fatigado de sus largas conversaciones con el Cielo, que se tambaleaba, a veces, al volver al Monasterio. Las llamas de amor ya le consumían, porque nuestro Dios es un fuego devorador.”[2]
Nadie en la comunidad descubrió que, a la misma, se había incorporado una persona de gran valor intelectual y gran conocedor de las ciencias sagradas y la teología. Dios no había previsto, aún, el momento de mostrar al mundo lo que tenía preparado para Antonio.
Antonio unía a la oración el trabajo manual. Se ofrecía de buena voluntad para los más humildes trabajos domésticos. Lo veían silencioso y sonriente barriendo la casa o lavando los platos. Desempeñaba este servicio con tal facilidad y alegría, que, a sus espaldas, pensaban que no era capaz de hacer otras cosas.
Su descubrimiento
Una vez más, Dios iba a intervenir en la vida de San Antonio y le iba a forzar a dejar su soledad, para hacerse famoso.
Fray Antonio tuvo que acompañar a algunos religiosos de Montepaolo, que iban a Florlivio a recibir la ordenación sacerdotal. En el convento de esta ciudad se encontraban jóvenes dominicos, que había llegado también, para tomar parte en la misma ordenación sacerdotal y que los frailes menores albergaban fraternalmente.
La costumbre, en estos actos, era que al final de la ceremonia de ordenación, alguien predicara a los nuevos sacerdotes ordenados. Este papel era normalmente asignado a los dominicos, pero en esta ocasión se disculparon y, con sorpresa para todos, el Superior franciscano forzó a Fray Antonio a predicar.
Fray Antonio obedeció, empezando a hablar en un tono modesto, que, poco a poco, se tornó más vibrante; predicó en con convicción, en un fluido y adornado latín. El entusiasmo de Fray Antonio, no solo a los nuevos sacerdotes ordenados, sino a todos los presentes. Alguien entre los asistentes profetizó: “Eres un gran predicados”.
El Provincial de la Romania, Fray Graciano, y el Patriarca de Asís, Francisco, fueron avisado sin pérdida de tiempo de lo ocurrido. Este hecho iba a dar un cambio total a la vida de Fray Antonio, que iba a dedicarse, desde entonces, enteramente a la predicación. Era el 24 de Octubre de 1222, y Antonio tenía 27 años.
Comité de Redacción