Se acudía al Jefe de la Iglesia que, en los asuntos de mayor importancia, solía congregar a los demás Apóstoles y Obispos, para conocer mejor la voluntad del Señor.
Concilio de Jerusalén
Tres veces se reunieron los Apóstoles en Jerusalén para dilucidar cuestiones al bien de los fieles. La primera fue para la elección de San Matías, en lugar de Judas. La segunda para ecoger y consagrar a siete diáconos, y la tercera ésta, que recibió propiamente el nombre de concilio y servió de norma a los que se celebraron en tiempos posteriores. Este se convocó para determinar si se debía continuar observando algunos ritos de la ley mosaica, como la circuncisión y la abstinencia de ciertos manjares. La cuestión se suscitó particularmente en la ciudad de Antioquía, desde donde los Apóstoles San Pablo y San Bernabé fueron enviados en comisión a consultar a San Pedro, que residía entonces en Jerusalén.
Para definir la cuestión con más cierto, San Pedro convocó a Concilio a todos los Apóstoles y pastores que tenían mayor participación en el sagrado ministeio. Pedro, Príncipe de los Apóstoles y Vicario de Jesucristo en la Tierra, presidió el Concilio. Propuso la cuestión, razonó sobre lo que había de establecerse, y después de haber oído la opinión de los demás Apóstoles, usando la suprema autoridad de que estaba investido, pronunció la sentencia. Todos adhirieron a su dictamen y, juntos, redactaron el siguiente decreto que enviaron a los fieles:
“Agradó al Espíritu Santo y a nosotros nos obligaros a otras observancias que a las que juzgamos necesarias; esto es, que os abstengáis de carnes sacrificadas a los ídolos, de la sangre de animales ahogados y de la fornicación”.
Bueno es observar que, siendo la fornicación un pecado prohibido por el sexto precepto del Decálogo, no se hacía necesario renovar la prohibición, pero se juzgó conveniente hacerlo porque los gentiles que entraban a profesar la verdadera fe no lo tenían por tal. Después de esta decisión, casaron la circuncisión y otras observancias de la antigua ley. (Año 50)
Persecución de Nerón
Es condición de la Religión cristiana ser siempre combatida, pero también lo es el que salga siempre victoriosa de sus combates, porque Dios es su autor, y Él mismo la asiste y la protegerá hasta el fin de los siglos. De suerte que en las persecuciones no se ha de temer por la Religión, más así por los hombres que están expuestos a grave pelegro de prevaricar. La persecución más sangrienta se cre que fue suscitada por el emperador Nerón. Este príncipe, a quien la Historia apellida “verdugi del género humano”, había entregado a las llamas a la ciudad de Roma, sólo para gozar del placer de verla arder. Como este hecho incalificable suscitara contr él la indignación de sus súbditos, acusó como autoes a los cristianos. Nerón los odiaba en el alma, porque los Santos Pedro y Pablo habían sido causa, con sus oraciones, de la ruina de Simón el Mago, y hasta habían alcanzado conversiones entre las personas del mismo palacio imperial. Se propuso entonces Nerón hacer precaricar a los cristianos y puso en marcha los más atroces suplicios. Entre los condenados a muerte algunos eran envueltos en pieles de bestias feroces y expuestos a perros hambrientos. Otros, untados con pez y atados a postes, les prendían fuego, para que sirvieran de antorchas en el circo durante la noche.
Martirio de San Pedro y San Pablo
En esta per5secución coronaron su largo apostolado con la palma del martirio los Apóstoles Pedro y Pablo. Encerraron a ambos en la cárcel Mamertina, que es una lóbrega prisión a los pies del Capitolio. San Pedro fue condenado a ser crucificado y por humildad, pidió que le crucificaran cabeza abajo. El mismo día llevaron a San Pablo a un paraje denominado Aguas Salvias, a tres millas de Roma,y allí le decapitaron (Año 67).
La ira de Dios, sin embargo, no tardó mucho en herir al que había sido la causa de tantos males. Se despertó una indignación general contra Nerón, que para no caer en manos de sus enemigos, huyó de Roma y se dio a sí mismo la muerte (Año 68).