-¿Tampoco temes tú a Dios? Nosotros recibimos la pena merecida por nuestros pecados, pero éste es inocente. –Y arrepentido de sus pecados decía a Jesús:
-Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. –Su fe le hizo santo.
-En verdad, -contestó el Redentor-, hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.
En tanto esto sucedía, los soldados se repartieron los vestidos de Jesús, pero no dividieron su túnica, porque era inconsútil, y se la echaron a suerte.
Así se cumplió la profecía de David, cuando hablando del redentor, dijo:
-Se repartieron mis vestidos y sortearon mi túnica.
Últimas palabras de Jesús
Estaban a pie de la cruz María, madre de Jesús, María Magdalena, María, hija de Cleofás, y el apóstol Juan.
Jesús miró a su Madre, e indicándole con los ojos Juan, le dijo:
-Mujer, he ahí a tu hijo.
-Vuelto en seguida al discípulo amado, añadió:
-He ahí a tu Madre. –Desde aquel momento Juan consideró como Madre a la Virgen María.
Desde el mediodía a las tres, se oscureció el sol, y por espacio de tres horas las tinieblas cubrieron la Tierra. Hacia la hora nona, como Jesús dijera: Tengo sed, uno de los presentes puso una esponja empapada en hiel y vinagre, en la punta de una caña y se la acercó a los labios. Por último, gritó Jesús en voz alta:
-Todo está consumado. Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu. –E inclínó la cabeza y murió.
Seamos agradecidos a nuestro Divino Salvador. Él padeció y derramo toda su sangre por nosotros. Amémosle de todo corazón y este mismo amor nos aliente a guardar sus santos mandamientos a costa de cualquier sacrificio.
Caridad de Jesús
Entre las muchas virtudes de las que Jesús dio brillantes pruebas en su pasión, descuella el valor con que sufrió tantos dolores sin pronunciar una sola queja, y aún más que esto, el amor que profesaba a los pecadores. Judas le hace traición y, no obstante, le recibe como amigo. Malco le prende, y Él le cura la oreja. Pedro le niega y, con una mirada cariñosa, le convierte. Le azotan cruelmente, haciendo de su cuerpo una sola llaga, y calla. Los verdugos le clavan en la cruz, le insultan, blasfeman de Él, y Él ruega a su Padre celestial que los perdone. Mientras agoniza en la cruz, un asesino le pide perdón, y al instante le promete el Paraíso. Caridad ésta que no puede ser sino de un Dios, y que debe animar al cristiano a padecer por Él y a perdonar con generosidad a los que nos ofenden.
Milagros que siguieron a la muerte de Jesús
Toda la naturaleza se conmovió a la muerte del Salvador. Además de las tinieblas que cubrieron toda la tierra, el velo del tempo se rasgó (el velo del templo era una cortina que separaba el altar mayor del resto de la nave). Tembló la tierra, las piedras se partieron, se abrieron los sepulcros, resucitando algunos muertos que hacía tiempo estaban sepultados y se apreciaron a muchos. Los mismos soldados, sobrecogidos de espanto y penetrados de dolor, decían:
-Éste era verdaderamente justo, era Hijo de Dios. En vista de tales y tantos prodigios, los que los presenciaron se retiraban dándose golpes de pecho por el dolor de los pecados.