Decio (249-251) - A partir de Decio, las persecuciones se convierten en una batalla abierta contra el Cristianismo, que los emperadores romanos consideraban como un peligro para el Estado y como incompatible con él. Decio era hombre de grandes cualidades y se propuso dar al Imperio su antiguo esplendor. Trató de restablecer el culto pagano, y como los cristianos se oponían a él, les declaró la guerra. Así, pues, publicó un edicto general contra ellos, cuyo texto no conocemos; pero sí su contenido.
La persecución fue general y verdaderamente sangrienta. Más, por desgracia, hubo bastantes apóstatas, designados como sacrificados, incensados o libeláticos.
Mártires insignes: Esto no obstante, las víctimas fueron numerosas: el Papa San Fabián (236-250), San Bábilas de Antioquia, San Alejandro de Jerusalén, San Saturnino de Tolosa y San Teófimo de Arlés; Santa Apolonia de Alejandría y Santa Águeda de Sicilia.
En realidad, Decio no obtuvo lo que deseaba, a lo que contribuyó su pronta muerte, en el año 251.
Valeriano (253-260) - La Iglesia pudo respirar y restablecerse de las heridas recibidas. Valeriano se mostró en un principio tolerante; pero el año 257 resucitó la persecución. Primero publicó un edicto contra los clérigos, y luego otro general contra todos los cristianos. Según parece, influyó en este cambio un tal Macrino, muy dado a las artes mágicas.
Mártires ilustres: El Papa San Esteban (254-257), San Sixto II (257-258), el diácono San Lorenzo, cuyo martirio, adornado por la leyenda, se hizo muy popular; San Tarsicio, objeto también de leyendas populares; San Cipriano, en África; San Dionisio de Alejandría sufrió varios destierros; la massa cándida, en África, adornada de leyendas. En Tarragona, San Fructuoso, obispo, y los diáconos Augurio y Eulogio.
Aureliano (270-275) - Aureliano restableció el orden, por lo que es designado como restaurador del orbe. Frente a los cristianos fue tolerante; pero según Eusebio, el último año de su reinado publicó un edicto general de persecución. Siguieron luego varios emperadores, que dejaron en paz a los cristianos, con lo cual la Iglesia continuó creciendo y renovando sus fuerzas.
Diocleciano y Maximiano (284-305) - Diocleciano, gran gobernante, reorganizó el Imperio, para lo cual se asoció a Maximiano, a quien dejó en el Occidente, mientras él regia el Oriente. Además, nombró a cada uno de los dos Augustos un cesar, que fueron Constancio Cloro para el Occidente y Galerio para el Oriente. La mayor parte de su reinado, los cristianos gozaron de una paz general; pero el año 303 se inició repentinamente la persecución. Según parece, el culpable fue el cesar Galerio. Uno tras otro lanzó cuatro edictos con la decisión de destruir por completo el Cristianismo. Fue la más sangrienta de las persecuciones, y es designada como la era de los mártires.
Fuera de los dominios de Constancio Cloro, se generalizó en todas partes. Fue especialmente cruel en España con el presidente Daciano.
Mártires insignes - Legión Tebea, del cantón de Wallis, en Suiza, con su jefe San Mauricio; San Marcelo, de la legión VII Gémina, en León, y los Santos Emeterio y Celedonio, en Calahorra; San Sebastián, cuyo martirio se hizo sumamente popular; los Papas San Marcelino (296-304) y San Marcelo (307-308); Santa Inés, muy popular, de cuyo martirio existen varias leyendas; Santa Lucia, igualmente muy popular y objeto de leyendas; los cuatro mártires coronados; Santa Catalina de Alejandría, y otros muchos.
En España: San Vicente de Huesca, martirizado en Valencia; Santa Eulalia de Mérida; los dieciocho mártires de Zaragoza, todos ellos cantados por Prudencio; los Santos Justo y Pastor; Santa Leocadia de Toledo; los Santos Vicente, Sabina y Cristela, de Ávila, y otros muchos. En Barcelona se conmemora una Santa Eulalia, en torno a la cual se discute si es distinta de la de Mérida, cantada por Prudencio, o es un desdoblamiento de la misma.
Al abdicar Diocleciano, el año 305, junto con Maximiano, disminuyó la persecución; pero en el Oriente siguió con bastante intensidad durante varios años. Finalmente, al constituirse Constantino dueño único de todo el Imperio, dio el edicto de Milán del año 313, que concedía completa libertad al Cristianismo. Este contaba ya entonces con una fuerza arrolladora.
Compendio de Historia de la Iglesia Católica
Bernardino Llorca, S.J.