Siendo monje en Nhutcelle, pasó al continente el año 716, pero apenas pudo hacer nada, por estar la Frisia en guerra con Carlos Martel. El año 718 se dirigió a Roma, donde el Papa Gregorio II le dio el nombre de Bonifacio, y lo alentó para la gran empresa de la evangelización de Alemania. Armado, pues, con los poderes recibidos del Papa, se dirigió a Frisia, y luego a Hesse, donde trabajó durante algunos años. El fruto fue copiosísimo. El año 722, en un segundo viaje a Roma, fue consagrado obispo, y, vuelto a Alemania, siguió su labor con más intensidad y fruto.
Una de sus hazañas memorables fue cortar la encina sagrada de Donar, y luego edificó el monasterio de Fritzlar.
El año 725 pasó a Turingia, donde ya se había introducido el cristianismo, pero estaba en gran decadencia. Después de diez años de intensos trabajos, quedó completamente renovado. Gregorio III le mandó el palio Arzobispal.
Reorganización de iglesias
El año 737 volvió San Bonifacio a Roma, y, nombrado legado pontificio con amplísimos
poderes, inicio la segunda etapa de su vida, consistente en la organización o reorganización de iglesias. Para este trabajo recibió la ayuda de otros monjes venidos de Inglaterra, entre ellos su propio hermano Willibald.
Su primer trabajo fue la reorganización de Baviera, donde creó varias diócesis. Igualmente introdujo la jerarquía en Franconia, Hesse, Turingia y otros territorios. En todas partes se apoyaba en los monasterios, fundando algunos nuevos.
El año 741, llamado por Carlomán y Pipino el Breve, hijo de Carlos Martel, entró en Austrasia y Neustria y emprendió la reorganización de sus Iglesias. Son célebres los Concilios nacionales que celebró, particularmente el año 747. Toda la Iglesia merovingia quedó renovada. Entre tanto, se había establecido la sede primada de Maguncia y fundado en 744 el monasterio de Fulda. Finalmente fue martirizado en Dokum el año 754.