Primera campaña iconoclasta (726- 780)
Tanto en Occidente como, sobre todo, en Oriente, a partir del edicto de Milán de 313, se había desarrollado mucho el culto de las imágenes o iconos, por lo cual se habían multiplicado éstas en toda ciase de reproducciones. Hacia el año 726, el emperador León Isáurico lanzó un decreto prohibiendo toda especie de imágenes. El Patriarca Germano, de Constantinopla, no se plegó al emperador; San Juan Damasceno defendió en diversos
escritos el culto prohibido; los Papas Gregorio II y III protestaron. Constantino V Coprónimo continuó por el mismo camino. La lucha se hizo más intensa. No sólo se destruían las imágenes de Cristo y de los Santos, sino también las reliquias. El año 753 se celebró un sínodo, en el que se renovó la prohibición. Germano y Juan Damasceno siguieron luchando hasta el fin.
Concilio VII ecuménico: Nicea, II (787)
El emperador León IV inició ya el cambio; pero la que puso término a la furia iconoclasta
fue la emperatriz Irene, inspirada por el nuevo patriarca Tarasio. Ambos propusieron al Papa Adriano I la celebración de un Concilio, y, en efecto, se celebró, en septiembre de 787, en Nicea, presidido por los legados pontificios. En él se proclamó la licitud de la proskynesis, o veneración de las imágenes, en contraposición a la adoración.
Segunda campaña iconoclasta (813-842)
León V el Armenio inauguró la segunda fase de la persecución. Nicéforo, patriarca de Constantinopla, y el monje Teodoro Estudita, se opusieron con heroísmo. En un sínodo de 815 se renovaron las decisiones más radicales. Se destruían las imágenes y se castigaba, mutilaba y aun marcaba con hierro candente a sus defensores. Hubo, asimismo,
algunos mártires. Finalmente, la emperatriz Teodora hizo reunir el año 842 un sínodo en Constantinopla, que puso término a la persecución. Para perpetuarlo, se estableció la fiesta de la ortodoxia.
Compendio de Historia de la Iglesia Católica
Bernardino Llorca, S.J.