Se cuenta que en esta ciudad, hablando en un antiguo anfiteatro romano, se desató una tempestad, rugen los truenos; el santo consigue detener al auditorio que estaba a punto de dispersarse, y nadie se moja, mientras que alrededor del anfiteatro la lluvia cae torrencialmente. Está claro que la fe y la confianza en Dios puede mover montañas y detener las lluvias.
La muerte de San Francisco, el 3 de Octubre de 1226, le obligó a Fray Antonio a viajar a Asís, por su cargo como Custodio de Limoges, para asistir al Capítulo General que tuvo lugar el 30 de Mayo de 1927, en el que debía elegirse el nuevo Ministro General; fue elegido Fray Juan Parenti. Buen conocedor de la valía de Fray Antonio, le nombró provincial de la Romaña (Italia).
Muy querido por sus frailes, Fray Antonio, como siempre, puso en su trabajo aquel entusiasmo vibrante, que no le abandonaba, y recorrió los lugares de su provincia, donde había varios conventos franciscanos; uno de ellos fue Vercelli, donde predicó en la catedral con gran impacto y conoció al teólogo y canónigo regular Don Tomás Galo.
Nos dice el Padre Thomas de Saint-Laurent, en su libro[1] sobre el santo, “Antonio revestía su magnífica doctrina con las formas más atrayentes. Los oyentes sentían los escalofríos que comunica la alta elocuencia. Era, en fin, y sobre todo, el tono del orador: aquel poder de afirmación, aquella convicción ardiente, aquella marca incomparable, que solo el amor a Dios, llevado hasta la pasión, puede dar.”
También por entonces pasó largas estancias en Padua, donde fundó una escuela de franciscanos y comenzó a escribir una serie de sermones. Antonio decidió predicar en todas las iglesias de Padua, pero ante el éxito de sus predicaciones, tuvo que modificar sus planes y decidió instalar una tribuna en un espacioso prado, a fin de poder atender al entusiasmo y la piadosa avidez de las gentes que querían escucharle.
“Toda la ciudad, nos dice el P. Saint-Laurent, asistía a sus predicaciones; se destacaba en primera fila el Obispo Jacobo Conrado, rodeado de su clero. Los comerciantes cerraban las tiendas para no perderse la predicación. Las señoras de la alta sociedad, habitualmente poco matinales, llegaban antes de que clarease el día al lugar de la reunión, cuando el santo hablaba por la mañana; tenían el cuidado de cambiar sus lujosos vestidos por ropas más austeras.”
Fruto de su predicación fueron las numerosas confesiones y conversiones que se producían entre los asistentes; su labor se concretó también en el aumento de las misiones de predicación y la fundación de numerosos conventos
No debemos pensar que todo este trabajo de nuestro santo, bendecido, sin duda por Dios y apoyado en su gran devoción a la Santísima Virgen María, no encontraba obstáculos y no trataba el demonio de impedir sus frutos. En cierta ocasión, Fray Antonio, al comenzar el sermón, anuncia que el demonio iba a intentar dificultar la reunión, pero que no iba a conseguir provocar graves accidentes. Algunos minutos después, el estrado, desde el que hablaba el santo, se derrumbaba estrepitosamente; Antonio sale sano y salvo de los escombros.
Vida interior
¿Dónde buscar el éxito de San Antonio? El Padre Saint-Laurent lo dice claramente: “En la vida interior de nuestro Santo es donde hay que buscar el secreto de sus éxitos apostólicos. Para ejercer sobre las almas una influencia benéfica no basta tener talento y trabajar de modo extenuante: causas meramente naturales no pueden producir efectos sobrenaturales. Los grandes apóstoles son siempre grandes contemplativos; extraen de la unión con Cristo la sabia divina que fecunda su acción. San Antonio no constituyó excepción a esta regla: fue hasta el más alto grado un hombre de oración.”
(Preparado por el Consejo de Redacción de EL PAN DE LOS POBRES)
[1] San Antonio de Padua – editado por EL PAN DE LOS POBRES