Poco a poco, va penetrando en nuestro país una especie de “colonialismo” que oscurece lo mejor de nosotros mismos. Un ejemplo reciente: la fiesta de Hallowen imponiéndose año tras año y desplazando la gran festividad de todos los santos y también el respeto por la de los fieles difuntos.
Costumbres tan arraigadas como visitar los cementerios, o encargar misas para nuestros difuntos, van disipándose lentamente.
En breve, también, los Reyes Magos tendrán que disputar el protagonismo con el Papa Noel, mientras la Navidad pierde su auténtico sentido y se transforma en una carrera comercial donde el alumbrado de las ciudades es más para llamar la atención e incentivar
las compras que para celebrar el nacimiento del Niño Jesús.
Es un proceso sinuoso que viene calando desde hace mucho tiempo, sin prisa, pero sin pausa.
En otro orden de cosas, hasta las esperadas rebajas de enero se difuminan, cediendo su espacio y emoción al frenesí de los llamados “Black Friday”.
En el campo gastronómico, franquicias de comida norteamericana, japonesa o turca se prodigan. Los niños y jóvenes son presas fáciles de la comida rápida, con el consiguiente detrimento de su salud, problemas de obesidad etc.
Hay que hacer un esfuerzo por alentar nuestras tradiciones, nuestras costumbres, nuestra gastronomía, nuestras fiestas con su folclore, nuestra forma de religiosidad, en fin, todo lo que constituye nuestra seña de identidad.