Escuché a un experto psicólogo hace poco aclarar que la comparación no es tan acertada como parece, porque no siempre el que recurre a una tablet o a un dispositivo electrónico lo hace siendo totalmente consciente de la adicción que le está generando, por ejemplo, o de la manipulación se está llevando a cabo en su cerebro. Hay muchos ingenieros, muchos algoritmos y muchos intereses enormemente poderosos detrás de las pantallas, todos ellos capaces de atraer la atención de usuarios vulnerables, tal y como ocurre con los niños aburridos, los adolescentes tristes, los ancianos solitarios o los adultos ávidos de entretenimiento. Y así, mediante todo tipo de estrategias francamente discutibles, se busca enganchar al destinatario y evitar, a toda costa, que se suelte.
Por eso –como exponía el psicólogo–, más bien conviene comparar las nuevas tecnologías con un coche: los adultos no se lo dejamos conducir a cualquier persona, por muy de confianza que sea, hasta que cumpla con ciertos requisitos físicos y psicológicos. En otras palabras, al igual que pasa con los automóviles, el hecho es que los teléfonos móviles, las televisiones inteligentes y los dispositivos tecnológicos más recientes nos pueden llevar a autopistas de auténtico terror, en donde no sabemos qué conductores habrá o con qué mataburros nos podemos chocar. Hay al otro lado, verdaderos depravados, personas sin escrúpulos capaces de cualquier corrupción con tal de obtener un rédito.
Curiosamente, el primer país en regular sobre el permiso de conducir de manera uniforme fue España, allá por 1900, porque entendió que además de la estatura física era necesario contar con un mínimo de madurez y criterio. Y es en un país cercano, Irlanda, donde un pueblo, gracias a un puñado de padres decididos, acaba de prohibir el uso de teléfonos móviles a menores de 12 años, tanto en el colegio como fuera de él. Y la medida ha sido recibida con tanto entusiasmo que ya otros municipios han decidido copiarla.
Más allá de la medida en sí, parece claro que eso redundará en beneficio de los propios niños y jóvenes, porque les dará más oportunidades de mejorar su concentración, su imaginación… y su tiempo para la oración y la lectura, tan necesarios en nuestros días. Dudo mucho que esos padres se arrepientan o que los niños y adolescentes les recriminen, dentro de unos años, nada.