En su vida todos podemos encontrar un camino a seguir, unas virtudes a imitar y unas enseñanzas para utilizar, a la hora de formarnos religiosamente y conocer mejor la Doctrina católica. Sus famosos sermones y sus escritos son fuente de conocimientos. En el año 1946 el Papa Pío XII lo proclamó Doctor de la Iglesia, llamándole Doctor Evangélico.
Conocerle más y mejor
Las numerosas biografías escritas sobre la vida de San Antonio, nos permiten descubrir multitud de facetas de su forma de ser y de actuar. Es importante que todos sus devotos profundicemos cada vez más en el conocimiento de nuestro santo, ya que ello nos ayudará a fortalecer nuestra fe y nuestras virtudes, poniendo en práctica aquellas de sus cualidades que resulten más apropiadas para nuestras circunstancias personales.
A lo largo de su vida, vemos a nuestro santo en momentos complicados y difíciles, como aquél en que se vio enfrentado al mundo – que nació en Lisboa (Portugal) y falleció en Arcella (Italia), cerca de Padua, donde reposan sus restos mortales.
En Rímini, cuando Antonio predicaba al pueblo, se dio cuenta que no era fácil ganarse el aprecio de la gente. Sufrió mucho, se vio aislado, teniendo que trasladar los «altavoces» de la buena noticia fuera de la ciudad, al puerto, a la desembocadura de los ríos, al lado de los “menores” de la sociedad: la mano de obra barata, que de día entraba en la ciudad para realizar los más variados oficios y por la tarde la abandonaba para descansar en los suburbios extramuros de la ciudad; los pescadores y obreros del puerto constituían el grupo de los que en la predicación estaban en la primera fila de los «menores» (los peces más pequeños, dice la leyenda), luego otros y otros; también los grandes de la ciudad (los peces mayores de la leyenda), curiosos más que oyentes de sus palabras, le espían la vida, pero el miedo a perder a los “menores” hará que muchos cambien sus actitudes religiosas y sociales. En este ambiente se realiza «el milagro de los peces», Lo importante es el cambio de actitud de muchos curiosos».
También nosotros debemos examinar nuestra actitud ante la vida y sobre todo en nuestra práctica religiosa; ¿somos celosos en acudir a Misa y frecuentar los sacramentos?
La catequesis de Antonio y de sus compañeros se centraba especialmente a la confesión y la Eucaristía, muy en sintonía con los criterios del Papa Honorio III y las cartas de Francisco de Asís. Los herejes cátaros negaban la presencia real de Cristo en la Eucaristía. El gusanillo de la inquietud penetró en Bonillo, obispo cátaro. Después de las catequesis, a veces multitudinarias, bombardeaba a Antonio a preguntas. Pero lo que más llamaba su atención era la vida y el testimonio de Antonio. Al final se convirtió y arrastró a muchos tras él.
Un día, cuenta la tradición, un ciudadano de Rímini le propuso a Antonio algo inesperado: «Tengo una mula en mi casa. Defiendes que Jesús está presente en la Eucaristía; pues bien, yo no daré pienso al animal durante tres días. Al cuarto, tú te presentas con la Eucaristía en la plaza mayor, mientras yo traigo la mula ante un pesebre, lleno de cebada. El animal será un signo».
El verdadero milagro era la predicación y la catequesis al pueblo, en las que Antonio conjugaba muy bien lo que se dice y lo que se enseña con la vida. El testimonio de la vida fue el mejor desafío misionero que Antonio de Padua presentó en el ambiente cátaro de Rímini
Comité de Redacción