Dios con este milagro – mantener incorrupta la lengua del santo – ha querido dejar constancia, ante el mundo entero de la satisfacción que ha sentido con la entrega de San Antonio al apostolado mediante la predicación, que no siempre fue bien acogida por sus contemporáneos en Italia, donde tuvo que sufrir humillantes abandonos de oyentes. No podemos menos que recordar cuando los habitantes de Rímini le dieron la espalda y se fue a predicar a los peces al río.
También tenemos que tener presente que Dios dio una corta vida a nuestro Santo – 36 años – que quiso fuera bien aprovechada, ya que sólo diez fueron dedicados a un apostolado activo y eficaz, fruto de su dedicación a la oración y al estudio, desde sus tiempos en el Monasterio de San Vicente de Fora en Lisboa.
Enseñanza y Apostolado en Lombardía
Si tenemos en cuenta como fue de accidentada la llegada de San Antonio a Sicilia, después del naufragio de la nao que debía haberle llevado de regreso a Portugal; la necesidad de recuperar su salud, gravemente quebrantada en Marruecos y con la turbulenta travesía, seremos conscientes de que sólo el apoyo de la gracia de Dios y su decidida entrega, espiritual y material a la Divina Providencia, podían poner a su persona en condiciones de trabajar en tareas de apostolado, con total entrega.
En el año 1222, sus superiores lo enviaron a predicar por la Romaña, donde Antonio pasó de la oscuridad a la luz de la fama y obtuvo, sobre todo, resonantes éxitos en la conversión de los herejes, que abundaban en el norte de Italia, y que, en muchos casos, eran hombres de cierta posición y educación, a los que se podía llegar con argumentos razonables y ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras.
Como ya hemos relatado, San Francisco, que en los comienzos de la Orden había sido reacio a que sus frailes dedicaran tiempo al estudio, modificó sus planteamientos, y nombró a Antonio Maestro de Teología, encargándole la formación de los frailes menores. Esta dedicación a la enseñanza no le alejó de su vida de apostolado y predicación.
En el otoño de 1224, San Antonio fue enviado al Sureste de Francia, atendiendo San Francisco a la petición del Papa Honorio III de enviar frailes franciscanos a apoyar la labor de los dominicos en su predicación contra los herejes albigenses y cátaros.
Aunque la discreción fue una característica de San Antonio, su fama de predicador se iba extendiendo por toda Italia. Esta fama dio ocasión a que el Papa Gregorio IX le llamara a Roma (1228) para predicar en la Basílica de San Juan de Letrán, pidiéndole, posteriormente, que escribiera los Sermones dominicales.
La ambición desmedida de riquezas y la usura
Dios, que le había otorgado a San Antonio unas cualidades singulares, que él supo aprovechar y reforzar con la oración y el estudio, quiso glorificar a su apóstol fiel con una capacidad de apostolado y cercanía con las personas, poco común, que valieron para que nuestra santo acercara a muchas personas a Dios y a su Iglesia, pese a la dureza de corazón de las personas.
En la época de San Antonio en Padua se había extendido, como una plaga perniciosa entre las gentes la ambición desmedida por las riquezas y el préstamo con usura, defectos contra los que el santo predicó con vehemencia para tratar de erradicarlos, fruto que quizás no consiguió ver durante su vida mortal, pero que sí maduró con el paso del tiempo.
Dicen los guías turísticos de Padua que la famosa Capilla de Scrovegni (1303), dedicada a Santa María de la Caridad, que fue erigida por orden de Enrico Scrovegni, que pretendía así expiar los pecados de su padre, conocido usurero, no deja de ser un posible fruto póstumo de la predicación del santo paduano. La decoración mural de la capilla es una de las más importantes obras maestras de Giotto.
Comité de Redacción