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Primeras intervenciones del profeta Daniel

Primeras intervenciones del profeta Daniel

Esta heroína de la castidad fue acusada en falso por dos jueces del pueblo de un delito tan grave que merecía ser apedreada. Condenada a muerte, ya la llevaban al suplicio, entre la muchedumbre del pueblo, cuando Daniel, un joven de doce años, por inspiración divina levantó la voz en medio de la multitud diciendo: Yo soy inocente de la sangre de esta mujer; separad a los dos acusadores y yo los juzgaré. Y habiéndolos interrogado por separado, cayeron rápidamente en contradicciones ya que los dos mentían. Reconocida de esta suerte la inocencia de Susana, fue puesta inmediatamente en libertad, y Daniel se volvió en  seguida al pueblo y exclamó: Ya se ha hecho bastante manifiesta la mentira de esos dos  jueces; a vosotros os toca ahora darles el merecido castigo. El pueblo, regocijado de que se hubiese descubierto la inocencia de Susana, se indignó tanto contra los dos ancianos que los apedreó. Así protege el Señor al inocente; y en esta vida y en la otra da el merecido castigo a los perversos.

Daniel explica el primer sueño a Nabucodonosor

Algún tiempo después tuvo Nabucodonosor un sueño que olvidó enteramente. Mandó  convocar a todos los magos y adivinos del reino para que le recordasen el sueño y luego se lo interpretasen. Éstos contestaron que interpretarían el sueño siempre que se les expusiera antes, pero que les era imposible adivinarlo e interpretarlo. El rey, indignado, a quien no le gustaba ser contrariado en nada, mandó que se diera muerte a todos los sabios de su imperio, sin distinción alguna. Ya había empezado la cruel carnicería, cuando Daniel se presentó al monarca y le rogó que suspendiera por un tiempo el fatal decreto, pues él tenía esperanzas de satisfacerle. El rey lo consintió y Daniel fue rápido a avisar a sus compañeros para que dirigiesen fervientes súplicas a Dios, para que se apiadara de ellos. Consiguió lo que deseaba; pues, durante la noche, le fue revelado el sueño de Nabucodonosor con su interpretación. Apenas alumbró la luz del nuevo día, Daniel, sumamente reconocido al Señor, se presentó al rey y le dijo: Majestad, lo que tú preguntas no lo puede saber el hombre; pero hay en el Cielo un Dios que ve todos los secretos y puede revelar las cosas que sucederán en lo venidero. He aquí el sueño: Te parecía ver una estatua de colosal tamaño y de muy terrible aspecto. Tenía la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de cobre, las piernas de hierro y los pies parte de hierro y parte de barro. Mientras tú la mirabas, se desprendió del monte una pequeña piedra que fue a caer a los pies de la estatua y la deshizo por completo. La piedra fue aumentando poco a poco y se trocó en una inmensa montaña que cubrió la Tierra. Este es el sueño. Escucha ahora su interpretación: Tú eres, oh rey, la cabeza de oro, pues el Dios del Cielo ha puesto bajo tu poder un imperio grande y rico. Después de tu reino se levantará otro menos que el tuyo, y es el que está representado por la plata. El tercero será de cobre y dominará toda la Tierra. El cuarto será de hierro y subyugará a los precedentes. La pequeña piedra simboliza otro reino, que suscitará el Dios del Cielo, y que dominará a los demás y durará eternamente. En los cuatro primeros reinos, profetizados por Daniel, se significan cuatro dominaciones

que debían sucederse una tras otra; esto es, la de los asirios, simbolizada por el oro, la de los persas, por la plata, la de los griegos, por el bronce, y la de los romanos, por el hierro; a éste sucedió la quinta que es la Iglesia de Jesucristo. Ésta parecía al principio una diminuta piedra; pero hiriendo al imperio de los romanos lo deshizo, dilatándose por toda la redondez de la Tierra: durará hasta la consumación de los siglos para eternizarse después en el Cielo.

Historia Sagrada. San Juan Bosco