Fernando, desde muy niño, lo que prueba que en la familia se respiraba un ambiente cristiano y de práctica religiosa diaria, frecuentó la iglesia y tuvo conciencia de la necesidad de rezar, para ahuyentar el peligro de caer en tentaciones; no olvidaba que el demonio siempre está acechando el momento de apartar de Dios a las almas, pero también tenía muy claro que con la ayuda de la oración y de la intercesión de la Santísima Virgen María se podían alejar todo tipo de tentaciones y vencer al tentador.
Prueba de ello fue su reacción, cuando de niño, “el demonio, envidioso de su virtud, le asaltó con malos pensamientos y trató de perturbar su imaginación. Llegó a aparecérsele bajo las formas más seductoras, confiando en arruinar en un instante los tesoros de la gracia que enriquecían su alma. Fernando opuso al enemigo el arma soberana de la oración.”[1]
“Nuestro santo salió victorioso de esos dolorosos combates, y conservó hasta la muerte la flor de la inocencia.”1
Una constante en su vida
El afán de recogimiento y vida de oración, le hizo a San Antonio tomar la decisión de solicitar de sus superiores el traslado de Monasterio de San Vicente da Fora (Lisboa) al monasterio que los Canónigos Regulares de San Agustín tenían en Coimbra.
El motivo fue que en Lisboa eran constantes las visitas que recibía de sus familiares y amigos, lo que, sin mala intención por parte de ellos, le perturbaba la paz de su unión con Dios. El recogimiento para rezar es habitual en su vida, tanto mientras estuvo con los Canónigos Regulares de San Agustín (Lisboa y Coimbra), como cuando se incorporó a los Frailes menores. En los relatos de su vida son constantes las referencias a sus ratos de oración, bien sea para preparar su labor de apostolado, bien sea cuando va a escribir sus sermones.
También tenemos que tener presente que Dios dio una corta vida a nuestro Santo – 36 años – que quiso fuera bien aprovechada, ya que sólo diez estuvieron dedicados a un apostolado activo y eficaz, fruto de su dedicación a la oración y al estudio.
Vida contemplativa
Dios que iba dirigiendo los pasos de San Antonio en esta vida, que le había inducido a servirle en la vida religiosa, primero como agustino, después como fraile menor; en esta etapa le condujo a Marruecos, con ansias de recibir el martirio, de lo que tiene que desistir por su débil salud, siendo transportado por la tempestad a Sicilia y de allí a la Romania en Italia.
Antonio aceptaba con docilidad los caminos que Dios le preparaba; cuando el provincial decide destinarle como Capellán en pequeño cenobio de Montepaulo, él llevo, en ese lugar, una vida puramente contemplativa, pasando gran parte de los días en una gruta próxima al convento, absorto en oración. Pero Antonio sabía unir a la oración el trabajo manual que le correspondía hacer en el convento: barrer la casa y lavar los platos.
Cuenta el P. Thomas de Saint-Laurent, que cuando, en 1229, Antonio se establece en Padua, su predicación y apostolado transformó la ciudad, devastada por el flagelo de la usura.
Pero el secreto de los éxitos apostólicos de Antonio hay que buscarlo en su vida interior. Para ejercer una influencia benéfica sobre las almas no basta tener talento o trabajar de modo extenuante. “Los grandes apóstoles son siempre grandes contemplativos y San Antonio no fue una excepción: fue hasta el más alto grado un hombre de oración.”1ª
Durante los años tan ocupados de su apostolado, cuando el púlpito y el confesionario parecían arrebatarle todos los minutos, encuentra siempre un medio de actuar en espíritu de oración. Habla, dirige conciencias, actúa bajo la mirada de Dios, en presencia de Dios, en unión con Dios, Todos los días reserva unas horas para la oración silenciosa y recogida.
Comité de Redacción
[1] San Antonio de Padua – P. Thomas de Saint-Laurent. EL PAN DE LOS POBRES (3ª Edición)