Entonces Nehemías mandó a todos los judíos que se armasen, y que una parte estuviese de guardia contra el enemigo, mientras la otra continuaba los trabajos, pero siempre sobre aviso y pronta también a tomar las armas y rechazar cualquier asalto del enemigo. Los samaritanos, al ver esto, cesaron de hostilizarlos y se dio fin a la construcción con increíble rapidez, en el espacio de cincuenta días. Se celebró su solemne dedicación con pompa extraordinaria. (Año del mundo 3550)
Los hebreos tras el cautiverio
Terminado el templo, poblada y fortificada la ciudad, reconocieron los hebreos que la dura esclavitud que acababan de sufrir la habían merecido a causa de sus pecados, y por esta razón renovaron la alianza con Dios y se conservaron más fieles a Él hasta la venida del Mesías. La autoridad suprema de la tribu de Judá permaneció en el Sumo Sacerdote y gran Sanedrín o Consejo de los ancianos, que era una especie de Senado. Pasaron por muchas vicisitudes y fueron tributarios primeramente de los persas y después de los griegos, cuando Alejandro de Macedonia, llamado el Grande, venció a Darío.
Alejandro Magno en Jerusalén
Tras haber alcanzado muchas y gloriosas victorias, Alejandro Magno solicitó la ayuda de los judíos. Pero como no pudieron prestársela, irritado, se dirigió sobre Jerusalén con el propósito de tomar venganza. Al oír esto Jaddo, sumo pontífice, por divina inspiración, ordenó que todo el pueblo, con vestiduras blancas y él vestido de pontifical y los sacerdotes con las sagradas vestiduras, se dirigieran al encuentro de aquel terrible conquistador. Al ver tan espléndido y devoto cortejo se apaciguó y, con profundo respeto, acercándose al pontífice, le pidió que ofreciera un sacrificio en el templo.
Habiendo quedado admirados por este acto de benignidad los que le acompañaban, les dijo que en aquella misma forma en que se les acababa de presentar el pontífice, se le había aparecido una noche el Señor animándole a empeñar la guerra contra Persia. Jaddo le mostró una profecía de Daniel, en la cual, anunciaba que un príncipe griego derrocaría el imperio de los persas. Creyendo Alejandro que él era ese príncipe se retiró muy satisfecho, después de haber hecho ricos dones al templo y otorgado algunos favores a los judíos. (Año del mundo 3670).*
* Ver Flavio Josefo Ant. Jud. Lib. XI. Cap. VIII.