EL acto realizado en Milán el año 313 por Constantino, en unión con Licinio, tuvo para la Iglesia católica un efecto decisivo y trascendental. Pero, de hecho, no vino de repente, sino que tuvo su preparación.
Evolución de Constantino
Educado al lado de su Padre Constancio Cloro y asociado al Gobierno, había visto siempre el respeto con que éste trataba al Cristianismo, y aunque imbuido en la religión pagana, adoraba al Sol Invictus, que era una especie de monoteísmo, que lo preparaba para la religión cristiana.
Victoria sobre Majencio
Hallándose Constantino en estas disposiciones, la lucha en el Occidente se había reducido a un duelo a muerte entre él y Majencio. Atravesando, pues, Constantino a marchas forzadas el norte de Italia, se presentó ante Roma y forzó a su rival a dar la batalla, junto al puente Milvio, el 28 de octubre del año 312. El resultado fue que, derrotado por completo Majencio, pereció ahogado en el Tiber. Constantino fue recibido en Roma en triunfo, donde el Senado hizo erigir un arco triunfal, que todavía se conserva.
Visión de Constantino
Es conocida la tradición, según la cual Constantino, antes de dar la batalla, tuvo una visión, en la que se le presentó el anagrama de Cristo. ¿Qué puede decirse respecto de su veracidad? Teniendo presentes los relatos de Eusebio y Lactancio, podemos admitir que en la suprema emoción que experimentaba Constantino en trance tan decisivo pensara en el Dios de los cristianos y lo invocará a su favor, y en estas circunstancias recibiera de Él esta señal como prenda de su victoria. De hecho, se hizo grabar en los estandartes imperiales el monograma de Cristo y la cruz: es el lábazo de la cruz de Constantino, que luego aparece en multitud de medallas e inscripciones.
Resultados de la victoria
Las esperanzas de los cristianos no quedaron fallidas. Constantino no se convirtió, sino que continuó igual que hasta entonces, conservando oficialmente las prácticas paganas del Estado; pero en su interior aumentaron sus simpatías e inclinación positiva hacia el Cristianismo. Públicamente, en cambio, junto con Licinio, dieron el célebre Edicto de Milán, probablemente en febrero del año 313, que significa una declaración de tolerancia o de absoluta libertad para el Cristianismo. Como consecuencia inmediata, fueron devueltos los edificios y otros bienes confiscados y se indemnizaron en lo posible los destruidos.
Conducta ulterior de Constantino
Constantino siguió fiel a lo prometido. Con todo empeño procuró realizar esta igualdad absoluta y libertad del Cristianismo al lado de otras religiones. Sobre esta base, se concedieron multitud de privilegios, tal como los tenían los sacerdotes de los cultos paganos. Su favor para con el Cristianismo fue en aumento constante. Esto se manifestó
de un modo especial con el llamado foro eclesiástico, y, sobre todo, con la esplendidez con que hizo construir las basílicas de San Pedro y de San Pablo, extramuros; Santa Inés y San Lorenzo y otras; con la donación del palacio de Letrán que fue en adelante la residencia del Papa, y más tarde con una protección abierta y decidida.
Últimos años de Constantino
Esta disposición favorable aumentó después de la derrota final de Licinio, en 323. Su manifestación más tangible fue la fundación de la nueva capital de Oriente, Constantinopla, toda ella enteramente cristiana, y la empresa de las excavaciones de Palestina, alentadas por Santa Elena, madre de Constantino. Efectivamente, se hizo desaparecer el nombre de Aelia Capitolina, dándole de nuevo el de Jerusalén, y se encontró la cruz de Cristo, cuyo hallazgo adornó la leyenda con diversos prodigios. Asimismo fueron construidas las Basílicas del Santo Sepulcro, Belén y Monte Olivete. A fines del año 335 dividió Constantino la administración del Imperio entre sus tres hijos: Constantino II, Constante y Constancio, y en mayo de 337 murió. Después de ser bautizado por Eusebio de Nicomedia. Sobre él se han formulado juicios muy diversos. En realidad, hemos de admitir una gran crueldad conforme a las costumbres del tiempo y cierta debilidad de carácter. Sin embargo, debe ser considerado como el hombre providencial para la Iglesia y merece el título del Grande, que le ha dado la Historia.
Compendio de Historia de la Iglesia Católica
Bernardino Llorca, S.J.