Pero no se queda ahí, porque en otros momentos el Hijo de Dios nos hizo ver también la necesidad de amar a los enemigos, a esos que no queremos ver ni en pintura. En una palabra, Cristo quiso que desterráramos el odio de nuestro corazón.
Algunos pensarán que todas las disputas y los rencores humanos nacen de las injusticias sociales y de los desequilibrios económicos que existen entre unos grupos sociales y otros. Como si la gente obrara mal por ser millonaria, o los pobres por no tener nada que llevarse a la boca. Pues bien, yo no creo en tal hipótesis, porque el amor y la capacidad de perdón emergen de lo más profundo del corazón, y es por tanto una cuestión más de actitud y de virtud personales que de agentes externos tales como los niveles de renta. De la misma manera que hay ricos buenos o desalmados, cabe encontrar también pobres generosos o crueles.
Hace poco tiempo hablé con un amigo largo y tendido sobre los conflictos domésticos. Él pertenece a una familia millonaria y muy poderosa, lo cual podría dar a entender que sus luchas interiores y las batallas que libra contra sus defectos son de otro orden, distintas a las que nos incumben a nosotros. Pero eso es falso. Tal y como me comentó, en su casa discuten por tonterías semejantes a las de cualquier familia –de hecho, yo mismo lo comprobé en su día cuando residí en su vivienda.
Ricos o pobres – Débiles o viciosos
Ricos o pobres, los seres humanos tenemos las mismas debilidades y nos pueden los mismos vicios. Conscientes de esa realidad, lo decisivo es saber qué es lo más importante de todo y procurar actuar en función de esa verdad. Si Jesús nos advirtió sobre cuál era el primer mandamiento, a él debemos conceder la máxima prioridad, sin tener en cuenta de dónde venimos o con quién nos rodeamos. La verdad absoluta e insoslayable es que la caridad debe gobernar nuestro corazón y nuestras relaciones con el prójimo por encima de cualquier otro deber moral.
Cuidar el ambiente familiar
Hoy en día, puede que debido a los principios que guían al hedonismo, así como a la búsqueda egoísta del poder y el dinero, realidades como la amistad, la fidelidad y el compromiso están en desuso. Muy en desuso. Interesa más el propio beneficio que el bien del prójimo, triunfar en una discusión o sobresalir por encima del resto.
En Occidente, el consumismo campa cada vez más a sus anchas. Mientras tanto, en Oriente y en los países tercermundistas la pobreza se agudiza y las desigualdades sociales se multiplican. Pues bien, a todos nosotros, provengamos de donde provengamos, nos convendría recapacitar sobre el modo de acatar, cada uno a su manera, la indicación prioritaria de Jesús, el mismo que acogió a Zaqueo, el publicano rico, durante una comida en Jericó y el mismo que limpió los pies de un puñado de pescadores que se decían apóstoles suyos pocas horas antes de su desoladora crucifixión.
Y un primer frente de lucha ha de ser, sin duda, la familia de sangre. Convenzámonos de que antes de repartir pan por los arrabales de Nueva Delhi es más decisivo llevarnos bien con el hijo alocado, pedir perdón al hermano enfadado o tener un detalle con el padre que no nos comprende.