El pasado 24 de julio la Iglesia celebró la Jornada de los Abuelos y de los Mayores, unido a la festividad de San Joaquín y Santa Ana.
Los abuelos son siempre un refugio seguro donde pueden acudir los padres y los nietos. Sin embargo, en épocas de crisis como hemos sufrido, y seguimos sufriendo, ellos son los que siempre están solícitos a ayudar y a acoger. Cuántos casos hemos podido conocer en los momentos más fuertes de la crisis económica en que los abuelos acogieron en sus casas a algún hijo que llegó a perder el trabajo y, en consecuencia, a no poder seguir pagando el alquiler de su casa.
En épocas normales, cuántas veces habremos podido ver a los abuelos llevando a sus nietos al colegio o recogiéndolos. Sin duda, los abuelos son el mejor seguro para la auténtica conciliación laboral.
Desde el punto de vista espiritual los abuelos, con su dilatada experiencia, son los mejores
consejeros tanto para sus hijos como para sus nietos. En muchas ocasiones, incluso, los abuelos son los trasmisores de la fe y los que fomentan la práctica de los sacramentos de sus nietos.
Por todo ello, la deuda de gratitud que tenemos con nuestros abuelos es enorme. Ellos se han sacrificado por nosotros y lo han hecho de forma desinteresada. Es de justicia, pues, que cuando las fuerzas empiecen a flaquearles seamos los hijos los que cuidemos de ellos, los visitemos y les proporcionemos la mejor calidad de vida posible.
En una época en que las relaciones familiares corren el peligro de deshumanizarse es más necesario que nunca que mostremos a nuestros abuelos nuestro cariño y nuestro agradecimiento.
A pesar de que el concepto de familia cada vez es más desvirtuado e, incluso, atacado la verdad es que la familia no se puede limitar solamente a los padres e hijos. Los abuelos hacen parte entrañable de la familia y, es más, normalmente es un factor de cohesión familiar. Confiemos que las nuevas corrientes imperantes no destruyan la figura de los abuelos, tan valorada y tan necesaria para mantener vivo el auténtico espíritu familiar.