cuando tiene conocimiento de la convocatoria, por parte de Francisco de Asís, de un Capítulo General de la Orden de Frailes Menores, para finales de Mayo.
Este Capítulo, conocido con el nombre de Capítulo de las Esteras, al que se dice que asistieron más de 3.000 frailes, comienza el 23 de Mayo. Los frailes, llegados de las todas regiones, “traían un mismo espíritu de simplicidad y transbordaba en ellos aquella alegría espiritual, que es el verdadero tesoro de la pobreza voluntaria”[2].
Se tuvieron que hospedar en cabañas hechas con ramas y hojas secas y acampaban en los bosques que rodeaban el Santuario de la Porcíncula[3]. Con este motivo Antonio conoció personalmente a Francisco, del que tanto había oído hablar.
El Capítulo fue presidido por Fray Elías a quien Francisco había designado como Vicario General. Francisco se sentaba humildemente a sus pies y se limitaba a sugerirle algunas observaciones.
Un fraile más
En aquella magna reunión, nadie conocía a Antonio. El propio Francisco pareció no percatarse de su presencia, aunque hay biógrafos que sostienen que pudo ser esclarecido sobrenaturalmente de la presencia de quien iba, en pocos años, a resplandecer en su Orden, pero pudo considerar que no era el momento oportuno para destacarle.
Terminado el Capítulo, Fray Gratianus, hombre venerable y de vida probada, tomó a Antonio consigo y lo llevó al pequeño cenobio de Montepaulo, cerca de Forlivio, para ejercer el sacerdocio, celebrar la Santa Misa y el sacramento de la penitencia, además de ayudar en las tareas domésticas.
La vida contemplativa del eremitorio y la práctica del ayuno y la penitencia le sirvieron de auténtico noviciado. Antonio pasaba largas horas en una gruta próxima al mismo, absorto en la oración.
Descubren su preparación y oratoria
Un acontecimiento imprevisto interrumpió bruscamente esta existencia de recogimiento y humildad. El santo tuvo que acompañar a algunos religiosos de Montapaulo, que iban a Forlivio a recibir la ordenación sacerdotal. En el convento de esta ciudad se encontró con jóvenes dominicos, que venían también a tomar parte en la próxima ordenación y que los monjes menores albergaban fraternalmente.
Un día el Superior pidió a los predicadores dominicos que dirigieran unas palabras de exhortación a quienes iban a ser ordenados. Se excusaron, alegando falta de preparación, y entonces el Superior le ordenó a Antonio que predicara.
Antonio obedeció; comenzó en un tono modesto, pero poco a poco su voz se volvió más vibrante; los textos de la Sagrada Escritura brotaban de sus labios con maravillosa abundancia; el fuego divino, que ardía en su corazón, inflamaba su discurso. ¡Fue una revelación para todos los presentes! El Provincial de Romania y el propio San Francisco fueron avisados, sin pérdida de tiempo.
¡Cómo iba a cambiar la vida de Antonio! Hasta entonces se había mantenido “escondido”, en silencio, humilde y dedicado a la oración y el estudio; en estas virtudes, hasta entonces escondidas, y solamente en ellas, estuvo el secreto del apostolado verdadero y fecundo, que a partir de entonces iba a realizar durante los próximos nueve años de su vida. Tenía nuestro santo 26 años y Dios había previsto que saliera de anonimato, para que, con su celo apostólico, acercara las almas a Él.
Comité de Redacción
[1] Hablamos de Italia, sin olvidar que la unificación territorial se realiza en 1.861.
[2] Libro de San Antonio de Padua del P. Thomas de Saint-Laurent (EL PAN DE LOS POBRES).
[3] En la Capilla de la Porciúncula fue donde San Francisco fundó la Orden de los Frailes Menores en el 1209.