En 1220, el nuevo Fraile menor, admirado por la entrega y martirio, en Marruecos, de los cinco franciscanos, que habían vivido en San Antonio de los Olivares, y él había tratado, cuando se acercaban a la hospedería del Monasterio de la Santa Cruz de Coimbra, había comprometido a sus nuevos superiores, para que le enviaran a Marruecos a predicar el Evangelio y, en esa misión, alcanzar el martirio.
El Padre Fernando, a menudo, rezaba: “Jesús, deseo morir contigo”
Con su ardorosa juventud, Antonio no era consciente, aún, de las veces que se iba a cumplir en su vida, el dicho de que “el hombre propone y Dios dispone”.
Marruecos
Fernando estaba convencido de que perteneciendo a la Orden de los Frailes Menores, podía encontrar paz, serenidad, y la santidad necesaria para alcanzar el martirio.
En el Otoño de 1220, los nuevos superiores de la comunidad franciscana, decidieron darle la oportunidad de cumplir sus deseos y, con otros dos hermanos Antonio partió para Marruecos. El viaje era difícil. Antonio, enfermo, posiblemente de malaria, y exhausto, temió por su vida en el barco.
Después de estar un breve tiempo en Marruecos, sin haber conseguido el martirio, muy debilitado por la enfermedad, Antonio decide regresar a Portugal. Conseguido el pasaje en un barco, su travesía se ve envuelta en una formidable tempestad, y después de temer un naufragio, el barco es desviado hacia Italia y arriba a la costa de Sicilia.
En el Monasterio de los Frailes Menores de Messina, Antonio tarda dos meses en reponerse, bajo los cuidados de la comunidad, sin que realmente se supiera muy bien quién era aquél fraile, que, inesperadamente había llegado hasta allí.
Capítulo General
Por aquellas fechas de 1221, los Frailes Menores habían convocado, en Asís, un Capítulo General, para proceder a la elección de un nuevo Ministro General de la Orden. Iba a ser la ocasión para que Antonio conociera, en persona, a Francisco, el fundador.
Como podía ser lógico, Antonio pasó totalmente desapercibido entre sus compañeros franciscanos; no dejaba de ser un joven más, veintisiete años tenía por esas fechas. Sin duda, la situación le fue propicia para re-examinar su situación, siempre a la luz de la inspiración divina y apoyándose en su devoción a la Virgen María. No se trataba de buscar nuevos caminos a ciegas, si no de dejarse iluminar por Dios, en medio de la oración.
Curiosamente, en medio de esta situación de soledad, pero en un ambiente de gracia y de regocijo de los franciscanos, que con motivo de su Capítulo General, tenían la oportunidad de estar cerca de su fundador, Francisco, Antonio conoció al Padre Graciano, que, por compasión, le quiso arropar, llevándole con él al Monasterio Montepaolo.
Montepaolo
Este monasterio era un lugar sencillo, tranquilo y pobre, a lo mejor el sitio ideal para que Antonio pudiera orar, estudiar y reflexionar, al mismo tiempo que llevaba una vida tranquila, atendiendo la cocina y el corro.
Nadie en la comunidad descubrió que, a la misma, se había incorporado una persona de gran valor intelectual y gran conocedor de las ciencias sagradas y la teología. Dios no había previsto, aún, el momento de mostrar al mundo lo que tenía preparado para Antonio.
Comité de Redacción