Cambia el agua en vino
El primero tuvo lugar en Caná, pequeña ciudad de Galilea, Jesús había sido convidado para asistir con su madre a unas bodas, en la casa de personas no muy ricas, por lo que parece, porque a mitad de la comida, faltó vino para los convidados. Compadecida María de ellos, dijo a Jesús: -No tienen vino. Jesús, que no niega nada a su Madre, dijo a los criados que llenasen de agua unas vasijas de piedra que allí estaban, y ellos las llenaron hasta el borde. Jesús añadió: - Ahora sacad. Sacaron y hallaron que se había cambiado en vino, y de mejor calidad que el que habían tomado.
Este fue el primer milagro que obró Jesús, y por medio de él comenzó a manifestar su poder divino y a dar a conocer a todos cuán eficaz es la protección de María Santísima.
Tentación en el Desierto
Aunque era Dios omnipotente, quiso Jesús, como hombre, sujetarse a las míserias de nuestra naturaleza. Después de recibir el bautismo, fue al desierto y allí pasó cuarenta días y cuarenta noches, dedicado a la oración y al ayuno, sin gustar cosa alguna; al fin tuvo hambre. Queriendo conocer el demonio si Jesús era el Mesías, se presentó ante Él y le dijo:
-Si tú eres el hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan. Jesús rechazó la tentación con estas palabras:
-No sólo de pan vive el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios. Jesús permitió también que el demonio se llevara el pináculo del Templo, que era una especie de balcón que se hallaba en la parte más elevada de aquel sagrado edificio y daba a la plaza. El demonio, dudando aún de que Jesús fuera el Mesías, le dijo:
-Si tú eres hijo de Dios, arrójate abajo, porque escrito está que los ángeles te sostendrán, para que tu pie no tropiece en las piedras. Jesús le contestó:
-No tientes al Señor, tu Dios. Viéndose de este modo confundido, por segunda vez, llevó el demonio al Salvador a la cumbre de una elevada montaña, desde donde le mostró todos los reinos de la tierra en su mayor esplendor, y le dijo:
-Te daré todos los reinos del mundo si postrado me adorares.
-Veté, Satanás -contestó Jesús-, porque escrito está: Adorarás a tu Dios y a Él sólo servirás. No pudiendo ocultar su vergüenza, huyó el demonio. En ese mismo momento se presentó a Jesús una turba de ángeles, que le sirvió lo que necesitaba para alimentarse.
Si alguien quisiera darnos todo el mundo para inducirnos a adorar a Satanás, esto es, a cometer un solo pecado, rechacemos con honor cualquier ofrecimiento.