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Vivir en esperanza

 menos de la Esperanza. Es la virtud del caminante, somos todos los cristianos verdaderos peregrinos hacia nuestro destino de eternidad, y nuestra esperanza teologal no tiene ningún sentido sin Dios. “Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza”. (cf. Ef. 2,12)

Estamos inmersos unos en una vida materialista, de consumo, de bienestar, de comodidad, de egoísmos y ambiciones. Otros, por desgracia, en un entresijo de problemas, sufrimientos, enfermedad y pobreza. ¿Cómo interpretar que existe la esperanza?.  Antes que nada, no hay que confundir “Esperanza” con “esperanzas”. Las esperanzas meramente humanas basadas sólo en el materialismo sin Dios, pueden ser como unas pequeñas victorias que conducen quizás a una derrota final y no siempre hacia el camino de la felicidad verdadera. Se tiene que educar las esperanzas

El hombre sincero sabe que en el fondo de su corazón tiene un deseo de plenitud, de infinitud, que sólo se satisface con la experiencia personal de Dios a través de la oración. No hay esperanza sin oración y no hay oración sin esperanza. “El que espera, ora, y el que no ora ,no espera”. El hombre que no conoce a Dios aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, la gran esperanza que sostiene toda la vida. No es difícil comprobar que existe en el mundo occidental alejado de Dios una gran necesidad de ayuda psicológica para casos de depresión, con sus consecuencias dramáticas.

Es muy importante tener confianza en la misericordia del Señor. Se va adquiriendo con la oración personal, perseverante, constante, Jesucristo tiene sed de nuestra confianza en Él, está deseando derramar sus ayudas, sus gracias en las almas de los que le invocan. Se lo ha manifestado a muchos santos, particularmente a Santa Faustina Kowalska, monja polaca (1905-1938) con la figura del Cristo de la Divina Misericordia.

En su segunda carta encíclica “Spe salvi”, S.S. Benedicto XVI escribe: “no es la ciencia la que redime al hombre, el hombre es redimido por el amor y un amor incondicionado, dándonos unas directrices maravillosas para asumir nuestra condición de cristianos salvados por la bondad de Dios y destinados a la vida eterna feliz”. Cita a una santa actual, la Africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II en el  2002, que no perdió nunca la esperanza a pesar de una vida de tormentos y palizas hasta encontrar otro vivir, gracias a personas buenas que le ayudaron a descubrir a Dios en Jesucristo.

El inolvidable cardenal vietnamita Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: “Oraciones de Esperanza”. Estuvo 13 años en prisión y 9 en total aislamiento, sin luz, sin libros ni papel para escribir. Pero estaba en oración continua, llegó hasta, a impresionar a sus carceleros con su paz y su alegría interior y a enseñarles cánticos en latín.

Tener esperanza cristiana no es de “iluminados”. Es certeza y confianza profunda y veraz, capaz de sobrevolar encima de terribles tormentos por amor a Cristo como consta en una carta del mártir vietnamita Pablo La-Bao-Thin (1857) titulada: “la transformación del sufrimiento mediante la fuerza de la esperanza que proviene de la fe”. Actualmente, son innumerables los cristianos perseguidos por su fe en muchos países, no lo podemos olvidar. Son para nosotros luces vivas de esperanza, como todos los Santos en el Cielo, alrededor de la estrella de las estrellas que es la virgen María.

Podemos terminar con esta reflexión de Benedicto XVI: “estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe y la esperanza en la vida eterna. La injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto. Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza. Dios es justicia y crea justicia. Dios es amor infinito. Es nuestro consuelo y nuestra esperanza.