Recordemos que este convento había sido fundado por el Rey Alonso Enríquez, durante el sitio de la ciudad de Lisboa, ocupada por los moros.
En el Convento de la Santa Cruz en Coímbra, a donde Fernando se trasladó en el año 1212, para evitar ser distraído por las constantes visitas que recibía, en Lisboa, de familiares y amigos, mantuvo su impronta de vida monástica y dedicación a los estudios eclesiásticos. Los frutos de estos estudios, de los que San Antonio no esperaba éxitos humanos, veremos, cómo más adelante, Dios quiso aprovecharlos para el bien de la Iglesia. En este convento, en el año 1218, a los 23 años, fue ordenado sacerdote.
La vida religiosa
En su etapa en el convento de Coímbra, como es habitual en la vida religiosa, Fernando fue encargado de cuidar de la hospedería anexa al convento, tarea modesta, que su sentido de la obediencia le llevó a aceptar con agrado.
Como ocurre en la vida, en el Convento de la Santa Cruz, se vivieron momentos de tensión pues el monasterio se vio afectado por el enfrentamiento entre el Rey Alfonso II de Portugal y el Papa Inocencio III; el propio Prior del convento, Juan, fue excomulgado por apoyar al primero.
La dedicación a las tareas de la hospedería facilitaron a nuestro monje el contacto con una pequeña comunidad franciscana (los franciscanos fueron fundados en Italia en el año 1209), que se había establecido, por aquellos años a las afueras de Coímbra, en el eremitorio de Olivares, que estaba dedicado a San Antonio Abad. Los hijos de San Francisco se establecieron en Portugal el año 1217, Fernando se sintió atraído por su modo de vida fraterno, evangélico y en pobreza.
Los franciscanos que vivían de limosnas, acudían a la ciudad de Coímbra a pedir y, con frecuencia, golpeaban a la puerta del Convento de la Santa Cruz, que disponiendo de una posición económica holgada, ayudaba con generosidad a quienes se habían entregado a una vida de pobreza voluntaria.
Un aldabonazo en su vida
Corría el año 1219, cuando entre los frailes menores que acudían al convento, Fernando conoció a cinco, que se estaban preparando para marchar a Marruecos para predicar la fe cristiana a los sarracenos. Habían permanecido unos días en Coímbra, a donde habían acudido a saludar a la Reina Doña Urraca, protectora de la Orden de Frailes Menores (franciscanos).
Fernando quedó impactado por el entusiasmo de estos monjes y su decisión de partir para Marruecos, donde el riesgo para sus vidas era grande, como efectivamente ocurrió. Antes de llegar a Marruecos los frailes fueron perseguidos en Sevilla, dominada en aquellos años por los musulmanes.
Nada más llegar a Marruecos los frailes menores pidieron, sin éxito, audiencia a Miramolín (Abu-Jakub), aunque apoyados por el infante portugués Don Pedro obtuvieron licencia del Sultán para circular con cierta libertad y poder predicar por las calles y plazas. Su osadía hizo que fueran encerrados, sometidos a suplicio y tras intentar en vano que adjurasen de la fe, les cortaron la cabeza; era el 16 de Enero de 1220.
Cuando poco después, Fernando vio llegar a su monasterio los restos de estos primeros mártires franciscanos, muertos en Marrakech, impresionado por su sacrificio y atraído por la idea del martirio, decidió ingresar en la nueva orden. Fray Juan Parenti, Provincial de España, presidió la sencilla ceremonia de toma del hábito franciscano (verano de 1220), en la que cambió el nombre de Fernando por el de Antonio (el eremitorio de Olivares estaba dedicado a San Antonio Abad), símbolo de su cambio de vida.
(Preparado por el Consejo de Redacción de EL PAN DE LOS POBRES)