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Lograr reconocer a Dios en el rostro del necesitado

Y podría haberse detenido aquí. En cambio Jesús añade algo que no había sido solicitado por el doctor de la ley: Dice de hecho: “El segundo, después, es similar a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Tampoco este segundo mandamiento es inventado por Jesús, pero lo toma del Libro del Levítico. La novedad consiste justamente en poner juntos estos dos mandamientos -el amor a Dios y el amor por el prójimo- revelando que estos son inseparables y complementarios, son dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios.

El Papa Benedicto nos ha dejado un hermoso comentario sobre esto en su primera encíclica “Deus Caritas Est”.

Todo parte del corazón

De hecho, el signo visible que el cristiano puede mostrar para dar testimonio al mundo y a los otros y a su familia, es el amor a Dios y el amor a los hermanos. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero, no porque está encima de la lista de los mandamientos. Jesús no lo pone encima, pero en el centro, porque del corazón todo tiene que partir y al cual todo tiene que retornar y hacer referencia.

Ya en el Antiguo Testamento, la exigencia de ser santos, a imagen de Dios, que es santo, incluía también el deber de tomarse cuidado de las personas más débiles, como el extranjero, el huérfano, la viuda. Jesús lleva a cumplimiento esta ley de alianza, Él, que une en sí, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un mismo misterio de amor.

La Fe es el alma del amor

Así, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida religiosa, la vida de piedad del servicio a los hermanos, a aquellos hermanos concretos que encontramos.

No podemos más dividir la oración y el encuentro con Dios en los sacramentos, de escuchar al otro, de la proximidad a su vida, especialmente de sus heridas. Acuérdense de esto: el amor es la medida de la fe. ¿Cuánto me amas tú? Y cada uno se dé la respuesta. ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor.

En medio de la densa selva de preceptos y prescripciones -a los legalismos de hoy- Jesús realiza una división, que permite de ver dos rostros: el rostro del Padre y el del hermano. No entrega dos fórmulas o dos preceptos: no son preceptos ni fórmulas. Nos entrega dos rostros, más aún, un sólo rostro, el de Dios, que se refleja en tantos rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios.

Y deberíamos preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos si estamos en condición de reconocer en él el rostro de Dios: ¿somos capaces de esto?

De este modo Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre el cual impostar la propia vida. Pero sobretodo Él, que nos ha donado al Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como a Él.

Por intercesión de María nuestra Madre, abrámonos para recibir este don del amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros que son uno sólo: la ley del amor”.

(Ángelus, 26 de Octubre de 2014)