Al igual que San Benito, San Bernardo de Claraval concede un puesto singular a la humildad en la batalla ascética que el monje libra a lo largo de toda su vida contra la soberbia y otros vicios y pecados derivados de ella.

San Benito, en el capítulo VII de su Regla de monjes, presenta una escala con docegrados para ir ascendiendo en esta virtud. Humildad y obediencia van de la mano en la espiritualidad monástica.

Jesucristo es el Maestro supremo de la humildad con su palabra y con su ejemplo. Él mismo se ha anonadado, se ha abajado haciéndose uno de tantos y se ha humillado y obedecido al Padre.

La humildad es una virtud clave en la espiritualidad cristiana. Y para un monje, es un elemento fundamental.

La vida del hombre, a consecuencia del pecado original, se ha convertido en una “carrera hacia la muerte, dice San Agustín ( De civitate Dei, XIII, 10)

El mal moral, es decir, el pecado, es opuesto a la naturaleza según fue creada buena por Dios, y por eso la daña: “todo vicio daña a la naturaleza, es contra naturaleza” (San Agustín, De civitate Dei, XII, 1)

San Agustín afirma la bondad de la creación como obra de Dios. El motivo por el que Dios creó las cosas se halla explícitamente en el Génesis al dar origen a la luz: si se plantea “por qué la hizo: Porque era buena”